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Opinión

Complicada realidad para el comercio olavarriense

El paisaje se puebla de carteles de “LIQUIDACIÓN POR CIERRE” y ¿la indiferencia es una demostración de impotencia o de desidia?. Nota de opinión por Mario Delgado.

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Estamos coincidiendo. Que las inclemencias económicas nos están afectando a la mayoría de los argentinos, es una cotidiana realidad que bien pueden captar, todos los actores sociales, más allá de ideologías o de posturas proclives o no a Casa Rosada.
El quiebre es evidente y el favorecimiento de este presente, sólo beneficia al parecer, a un reducido número de personas con súper potencia financiera, en claro detrimento de la gran mayoría de asalariados y gente en negro.
Los billetes no alcanzan para sobrellevar la crisis y esto pone de pésimo humor a millones de almas. Por lo vernáculo, la excepción a tan nefasta regla, no existe; por el contrario.
Inclusive un dirigente político de visita reciente por aquí, reconoció, ante una consulta puntual de este cronista, la crudeza del momento: es auténticamente veraz aquello que notas atrás habíamos escrito bajo el título de “El síndrome del negocio vacío”. Y el repique es nacional, sin atenuaciones que infieran un sesgo al menos de leve esperanza optimista.
La propia Multisectorial olavarriense, ha elaborado un trabajo muy atrapante donde da debida cuenta de esta complicada vida comercial de hoy. Los negocios no logran absorber los gastos y deciden sus dueños, accionar por la peor puerta de emergencia: cerrar las persianas sin dar más batalla. El ítem es de por sí, muy serio. Alquileres onerosos, impuestos, tasas, servicios y personal si lo hubiere, juegan tristemente una partida sin espacios para perder tiempo. La elevación de la lista que se coloca en el “Debe”, supera a la que corre con la lengua afuera sin arribar con éxito; la del “Haber”.
“Intentar reponer los productos que yo vendo, es una odisea. Los aumentos van delante de las posibles ganancias”, nos refiere un señor comerciante que prefiere ante tanta pálida ir “a comprar a la Capital. Voy en el tren y me sale más barato, aunque tenga que caminar bastante allá. Pero cada vez que voy, me topo con una lista distinta de precios”, subraya nuestro entrevistado que se siente sin espaldas para continuar “Si esto no mejora, tendré que cerrar mi local con más de veinte años de laburo en este rubro”. Clarísimo como agua que baja de cristalino manantial. Solamente un necio no logaría ver lo que acaece en nuestro entorno.
Una señora de pelo rubio y chalina multicolor, nos entrega una experiencia similar: “No voy a invertir más de lo que ya he colocado en mi negocio. No puedo tampoco tener mercadería parada, aunque no se venza. El movimiento es muy lento y creo que tan solo mueve los primeros días del mes”.
La cisterna se llena de testimonios similares, calcados por doquier en el microcentro. Mas no se advierte un panorama demasiado diferente en los barrios.
¿Qué hará un comerciante al cerrar su fuente de trabajo? Todos interpretamos que no le será nada fácil salir al ruedo y recibir la caricia de otro empleo. Esos tiempos paradisíacos culminaron hace rato.
¿Y la masa afectada en relación de dependencia? Es verdad que tal vez nuestra ciudad querida posea una cantidad altisonante de comercios. Sin embargo, en estos minutos tan terribles, huelgan las excusas.
Cierto es, no obstante, que en este mar de incertidumbres, algunos apelan a especular, poniendo números elevados en sus góndolas o mostradores y entonces se critica también la avidez de esos comerciantes que no velan por la billetera de la clientela, sino por sus egoístas intereses.
Aunque han de ser minoría en la gran bolsa comercial nuestra. Pero, más acá de esta salvedad que no hemos de obviar, la cuestión es de imperioso análisis. En otra época, recordarán los memoriosos, se unieron los minoristas en una Red e iban a adquirir los productos a la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
En este horrendo ahora, ¿qué plantea el empresariado? ¿Qué el mundo de los almaceneros? ¿Cómo tendría que ponerse el Municipio frente a tal vivencia? ¿Se podría buscar una propuesta localista de auxilio o es un tópico de resolución nacional?
El comerciante y el hombre común observan que nadie hace nada concreto por barajar otras cartas. Hablar es una cosa y resolver pronto, otra, desde luego. Pero la desesperanza cunde y nos está venciendo. Muchos soldados ya ni siquiera tienen armas.
El paisaje se puebla de carteles de “LIQUIDACIÓN POR CIERRE” y ¿la indiferencia es una demostración de impotencia o de desidia?
Y aquí aceptamos sin mayores debates la cosa. Estamos coincidiendo, izquierdistas, desarrollistas, nacionalistas y de otras vertientes, que el síndrome del negocio sin clientes, es una plaga.
Por Mario Delgado.-

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Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho