Opinión
Barrio Bancario III: se fue la última casa…
¿Se podrá, acaso, contabilizar la infinidad de noches de desvelo de los artífices de un proyecto tan ambicioso como construir viviendas, desde la Sociedad Civil Barrio Bancario? Por Mario Delgado.
¿Existirá tal vez un vúmetro para medir palpitaciones del alma, que se emocionaba a raudales, cada vez que se lograba avanzar un poquito más con tremendo sueño?
Los almanaques se han vuelto amarillentos ya. Y los años han ido demarcando experiencia y responsabilidad para concluir como se arrancó: con la frente en alto.
Ante tantas vicisitudes sorteadas, ante inmensas demoras en recibir los pagos por certificación, en más de una ocasión, hubo que anteponer siempre predisposición y voluntad de hierro.
Se fue la década del noventa, con los dilemas de la obra parada y tomada por los obreros. Y se continuó en los dos mil. Y no se le dio tregua a las gestiones pertinentes para conquistar la meta.
Se culminó el primer eslabón, con 280 viviendas. El “Bancario I” estuvo en pie y hubo quienes pensaron en que allí se cerraba el grifo constructor. No fue así, mis amigos: prosiguió la carrera con el “Bancario II” y sus 115 propiedades. Y, cuando los escépticos cruzaban las manos, se lanzó el cohete: el “Bancario III” tiene ya sus 110 casas a punto de caramelo.
Dicho último barrio de la saga esplendorosa, se sitúa entre las siguientes arterias: Rendón, Santa Fe, Buenos Aires y Avenida Pueyrredón.
Ante tal circunstancia favorable, los sinsabores se olvidan, se archivan en la carpeta de reciclaje. El momento es tan lúcido que no permite ingresos de tristes minutos. La sonrisa brota, calcada, de cada nuevo vecino del lugar. Y, hoy no fue una excepción, ante la correspondiente llegada de las cuatro postreras familias ocupantes del barrio: Aguisnaga – Sosa; Lucrecia Berna; León – Pasquini y Gustavo Volonté.
Por tal motivo, entonces, mis lectores, uno, desde afuera, logra meterse de colado nomás, en ese abrazo único de don Juan Carlos León con su hijo Gustavo. Porque ellos fueron, son y serán el alma mater de este desafió tan genial. Por eso no sorprende ver los ojos llenos de lágrimas de Gustavo, hoy al frente de la entidad bancaria, cuando saluda a autoridades y vecinos. A veces, claro, hay que disimular, por las formalidades que requiere el protocolo.
El corazón del hombre en cuestión, es un tambor. Y tiemblan las piernas. Entre frase y frase que escucha, piensa en el ayer. En la empresa “Ingema” y en los hermanos Gallo. Y en el arquitecto Alonso y en tantas personas más. En los buenos y en los malos. Los que estuvieron cuando las papas ardían. En los que huyeron, dejando el barco. Y en aquellos seres que estarán siempre, incondicionales, como Susana Pasquini, una esposa de ley, una contención, un puntal en horas aciagas y convulsionadas. Y en los amigos, en los de confiar, en los que te festejan de verdad los éxitos.
Quedará por hacer la plaza, allí mismo, frente a las viviendas abiertas hoy, en este primer día de junio. Quedarán las mejoras por concretar, los negocios que se irán multiplicando, los pedidos y sueños aún por venir.
Permanece en un rincón de las oficinas de la calle 25 de Mayo, casi Necochea, una abultada agenda con nombres y apellidos de gente que quiere tener su casita. Por ahora, se ha escrito un libro en tres capítulos. De aquí en adelante, todo es cuestión de aguardar. A lo mejor, no pase mucho tiempo, para enterarnos de lindas novedades…
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-