Opinión
Evaluar el concepto de solidaridad

Sin dejar de lado la definición literaria del diccionario o de Google, el sentido de la solidaridad está impreso de un profundo desprendimiento personal y una mirada altruista puesta en el otro, en el prójimo.
Por ahí seducen más las causas conocidas, o que afectan a gente que solemos divisar diariamente, aunque en general, el acompañamiento siempre se puede medir como un ingrediente conexo del apropiarse un sujeto del drama del congénere, sin distingos de raza, religión, condición social o preferencia política.
La fraternidad parte de la base, por tanto, de un sentir la pena, el dolor y la congoja de aquél que está cerca de nosotros o un poco más retirado geográficamente, pero continúa igual, siendo vecino, conciudadano olavarriense.
Toda esta parafernalia introductoria apunta, mis pacientes lectores, a inferir una ocasión más, una columna más, sobre algo muy pendular en nuestra comarca: la escasa aceptación social con la cual cuentan ciertos emprendimientos de reclamos o protestas públicas.
Pero si fue ayer nomás, en relación a lo que manifiesto, que la organización “Animate”, compuesta esencialmente por mujeres compenetradas con la urticante temática de los abusos sexuales y la pedofilia, le dio curso a una novel marcha pública en pos de refrendar un auténtico repudio por casos puntuales de pedófilos y abusadores de los últimos tiempos. Y complementando la puesta en vigencia, demostrar sin tapujos un desprecio a la actitud deleznable sufrida por la joven Micaela Álvarez, a su vez miembro activa de la Asociación Civil, que fue protagonista involuntaria de un vil atentado días atrás, siendo baleado el auto que la trasladaba junto a una amiga, mientras pegaban carteles alusivos a su lucha en contra del señor Jorge Álvarez, quien irá a juicio en mayo de 2.018.
Y en este contexto, con este telón de fondo, fueron arrimándose al “protestódromo” vernáculo, léase Paseo Jesús Mendía, un número minúsculo de compungidos por la situación descripta.
Algunos políticos, alguna entidad social, familiares, amigos, y un cúmulo, replico, demasiado reducido de asistentes. Para redondear diría yo que había 50 almas, más aquellos que por camaradería se fueron agregando con el correr de la movida, mientras la lluvia furiosa se instalaba, implacable.
Una conclusión rápida y sin anestesia, nos puede llevar a presuponer que, a lo mejor, el hecho penoso de que halla en Olavarría una triste cifra de 56 tipos sindicados por su nefasta inclinación a la pedofilia, no le interesa a nadie. Porque 50 marchantes sobre 112 habitantes, es para temblar de preocupación.
Se dijo allí también que alguno ha huido al Paraguay y que habría que revisar el protocolo de “revinculación familiar” porque por ahí y por tal vía, se cometen sin querer yerros sustanciales.
Se citaron nombres de involucrados ya detenidos y de otros presuntos que aún disfrutan de libertad y accionan dos por tres sobre sus víctimas cual maléficos personeros del mal.
Las irregularidades de los sumarios, la demora inentendible de las denuncias, las pericias hechas a destiempo y una ausencia compulsiva de idoneidad, parecen confluir arruinando los tozudos esfuerzos de quienes sacan garra de lo más íntimo de su ser.
Encima el calvario no culmina así nomás. Porque, para sumar vicisitudes, ni siquiera sonido electrónico había sido dispuesto en el lugar. Gracias que un querido megáfono salvó las papas. No hubo anuencia de Rivadavia y San Martín para otorgarles el preciado servicio. Las motivaciones expresadas para tal negativa oficial, se ampararon en una cuestión de costos.
Por otro lado, una ayuda económica que recayó en manos de la entidad por el término de unos meses, fue quitada horas antes de la marcha.
El desamparo se cierne, obscureciendo planes, proyectos y tareas prefijadas. La voluntad se doblega un poco. Y el vaso rebalsa cuando se ve alrededor tan poco espaldarazo a la protesta de la víspera.
¿Cómo seguir en la brecha sin el auxilio del Estado y de la propia comunidad?
Los interrogantes son diversos y las certezas se escurren entre la bruma. Pero el movimiento espurio de los hombres sin escrúpulos, avanza sin titubear un instante.
Por Mario Delgado.-

