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Opinión

El destino real de los malos

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La confusión es inherente a un estado de sobresalto, por total efecto de no haber actuado con la consistencia que amerita la circunstancia. Hoy, amigos, la sociedad argentina, y por ende la olavarriense en particular, ya que vivimos por aquí, se halla consternada por la ausencia de respuestas ante hechos impertinentes y reincidentes, de delincuentes de no más de dieciséis o diecisiete años de edad apenas. (¿Apenas?)

Por hitos de la historia, por errores del Estado, por cercanías con el mal, se advierten nombres que cuentan con ostensible “repitencia” en el ambiente del hampa nativa.

Como una estrafalaria maldición de demonios burlones, la convivencia con el “oficio” de robar y jorobarle la vida al resto de la población, se va transfiriendo de padres a hijos.

Familias enteras entonces, sumergidas en la promiscuidad y afines inmoralidades, se insertan en el mercado del delito sin dobleces, sin vuelta de tuerca, sin retorno ni siquiera con mínimos deseos de existir en otra dimensión. Acostumbrados y sometidos, sombras chinescas, vapuleadas por caprichos tendenciosos del diablo.

Hemos crecido observando un aumento significativo de “pibes chorros”. Y con la Ley y la Justicia, mirando desde otra atalaya. Las penurias de la gente van por un lado, la hipocresía y la visión garantista de algunos, por otro rincón. En el medio, las víctimas que terminan siendo una molestia en el universo de las estadísticas.

Y cada día es peor, más calamitoso. Con cientos de sucesos que no se divulgan pero que acaecen en distintos puntos cardinales de la ciudad.

Entre robos de zapatillas y celulares, hasta ingresos a propiedades. Pasando por móviles apedreados y policías puteados a mansalva. Y con el agravante al parecer, que uno de los díscolos apenas pisa el umbral de la decena de años. Claro que con un auténtico prontuario para enmarcar. Dicen los que conocen del tema, que el niño ya carga con, al menos, ochenta causas sobre sus espaldas. Y sigue la cuenta, no hay dudas.

Como un buen discípulo de Houdini, se liberó rápido de la atadura de la “Casa del Adolescente”, huyendo de allí cual aventajado escapista.

A tan singular aventura de un pequeño polluelo, habría que sumarle la inverosímil defensa del “caco” que han salido a construir sus allegados y familiares. Por poco, ríos de lágrimas caen del rostro de algún familiar del “pendencierito”.

Actitud corporativa si las hay. Una burla, un cros al sentido común. Y una ocasión más, amigos, la basura colocada sobre la mesa.

Esta asimetría no nace ahora. Ya dos décadas atrás, una prestigiosa Universidad sellaba un dato estremecedor: el 85 % de las leyes de nuestro bendito país, NO SIRVEN. Ejemplo direccionado a lo que hablamos: de 26.000 leyes escritas, sancionadas, vigentes, sólo se aplican en la praxis 4.000. Sin mayores comentarios.

Lamentable es admitir, en tal contexto absurdo e impío, que aún los conceptos delincuenciales, nos han mutado. Veamos tres definiciones por ejemplo: Ayer: asaltos; hoy: “entraderas”. Ayer: usurpaciones; hoy: “tomas”. Ayer: violaciones; hoy: “abusos”.

En aras de un siniestro cuadro de acérrima defensa del sospechado, incluso esa sospecha es causa de cuestionamientos y de brazos extendidos por entidades de derechos pretendidamente humanos. Humanos, solamente para un lado, insisto.

En el colmo del sufrir, se sabe que un estudiante, en el barrio “Pueblo Nuevo”, le rogó a su agresor, que no le sustrajese la tarjeta SUBE, puesto que si no, quedaba varado ya que el joven es de Hinojo. El chorro le llevó dinero y el “celu” y, “compadecido”, le dejó a mano la citada tarjeta.

Los ejercicios de la violencia son cada acto, más acuciantes. Se multiplica el empleo de armas de fuego y se bifurca el consumo y menudeo de sustancias. Y la naturalización del dilema, está mucho más cerca de lo que se cree.

La Ley 22.278, que reglamenta la penalidad a menores, es de 1.980. La cotidianeidad es caótica: un niño puede tranquilamente patear un móvil o volar de un tiro una cabeza. Tendrá atenuantes y panelistas televisivos de cartón que justificarán todo en pos de un Estado que ha fallado y falla en educar, contener y abrigar a los habitantes.

Contradicciones de la modernidad. Hoy en pleno siglo de las luces, del pecho del ladrón cuelgan las cruces.

Por Mario Delgado.-

 

 

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Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho