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Opinión

“Sí, poneme de relleno”

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Qué barbaridad. Teniéndonos tan cerca, no nos queremos comprometer a dar una mano para el otro, para nuestro prójimo. Entonces desviamos la culpa y acallamos la conciencia con el repetido y hasta aburrido: “Sí, poneme de relleno”. Y acto seguido las entidades se vacían de contenido… humano.

Lo único prudente del análisis es que nadie se salva, o prácticamente nadie. La bola de nieve, la globalización del “no puedo”, cubre todos los sectores y aspectos de la vida institucional, desde clubes deportivos hasta asociaciones de porte benéfico. Barnizada cada casa, cada sede con idéntico drama, como para no despertar envidia. El arcaico dilema se cierne, volando libre cual hediondo murciélago.

Un padecimiento común que sirve de charla ocasional: “¿Cómo les va a ustedes?”, pregunta un dirigente A. El B se sincerará: “Bien. Bah, es una forma de expresarme, nada más”. Y ahí tirará la frase matadora que cientos perciben con dolor en las entrañas: “No tenemos gente nueva. No se anotan para ser parte de la Comisión”.

E incluso el grado de descompromiso es tal y tan angustiante, que me decía un hombre del deporte, de un club local, hace muy poco: “Ni los papás traen a sus hijos a la Escuela de Fútbol. Nosotros mismos fletamos un micro para buscar a los pibes”.

El tablero es dantesco. No es broma lo planteado aquí, mis amigos. Es cosa inusual “casarse” alguien con una entidad por estos tecnológicos días de 2.017. Más bien es menester ocuparnos exclusivamente de lo nuestro. “Por ahora estoy a full con el venidero cumple de 15 años de mi hija”, alcanzará a esgrimir un señor que, a todas luces, quiere esquivar cualquier obligación comunitaria.

Para colmo de males, las actividades en las entidades barriales, bibliotecas, fundaciones y demás organizaciones, generalmente son a la vieja usanza: ad honorem. Claro que no cobrar un peso por trabajar en pos de una pasión, no significa, no garantiza que no tendrán los componentes que sacar un peso del bolsillo de vez en cuando, para abonar tal o cual cuentita o “cuentaza” que venga a la mesa.

No se recibe compensación económica y en contraluz, hay que gastar del tesoro personal. Y hay más … Por supuesto que habrá que dedicarle horas aciagas a propuestas y proyectos, contando para eso con una pareja comprensiva desde luego, porque si no será el caos familiar encima.

Otra tosca cruz a cargar por los referentes son las esperas en salas o dependencias oficiales. Golpear la puerta es fácil. Que te la abran, es otra conmovedora historia. Encima, se corre el supino riesgo de que escuchen tu rosario de peticiones y al cabo de sesenta larguísimos minutos, suene despótico el gong: “Por ahora no podemos ayudar, pero estaremos en contacto”.

Sale de la audiencia el dirigente sudando y llorando sangre carmesí. Y a la vuelta de la esquina, por casualidad, lo ubica justo un criticón que le aplica un bonito discurso de cómo hacer las cosas productivas.

El espíritu del dirigente de fuste es templado, no oscila, no lo quiebra el abandono de la tropa, pero sí lo debilita un tanto. Es un asedio permanente a la conducta optimista. Sin embargo continúa porque cree en el altruismo de las instituciones, no sólo en lo material.

Aunque se golpee el pecho en soledad. Porque hay acciones que dan bronca. “No te olvides de venir a la Asamblea en 15 minutos”, invita el Presidente. “Sí, sí vengo, no te hagas problemas”, exclama efusiva la vecina. Corren las agujas del reloj lo suficiente. Conclusión: la mujer en cuestión no apareció ni por asomo. ¿Cómo darle duro al esfuerzo, después de semejante desidia y desinterés? Si la persona vive a metros de la entidad…

Carcome las tripas la indiferencia. Y se eternizan nombres en ciertos ámbitos puesto que no arriban los recambios necesarios y oportunos. La novel sangre, las nuevas ideas, los bríos jóvenes, a veces apenas son sueños de trasnochados poetas.

Y de rebote digamos también que pelarse el lomo y el traste en una entidad, no posiciona al fulano a nada más arriba. Porque es muy factible que la persona sea parte de un órgano años y años y desde la zona política, no lo adviertan como un elemento potable para ascender y trascender.

Dura la existencia del dirigente honesto, cada jornada se endurece más. Se apela en forma constante al ingenio para conseguir hacer funcionar la maquinaria, cuando no se tiene fondos propicios y se lucha con amor, cual cruzados de la Edad Media por un objetivo, por un sentimiento que no lo corroe la tentación malsana.

Sí es real, amigos, que en ocasiones más de uno de estos estoicos, desearía revolear desde el rincón la toalla. Pero siguen porque entienden que no queda otra opción. Porque detrás no viene el relevo.

Por Mario Delgado.-

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Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho