Opinión
Opinión Olavarriense: La temeridad del far west
Las balas zumban por doquier y a toda hora del día, no respetando a nada ni a nadie que no tenga nada que ver con los crudos enfrentamientos en una zona muy caótica de la ex “ciudad luz”.
Las balas zumban por doquier y a toda hora del día, no respetando a nada ni a nadie que no tenga nada que ver con los crudos enfrentamientos en una zona muy caótica de la ex “ciudad luz”.
Llama poderosamente la atención un detalle: la corta edad de los pretendidos pistoleros y su intrínseca facilidad para conseguir un “fierro”.
Entonces la llama de la locura arde por la zona del barrio de las 104 Viviendas, que zozobra cual barco a la deriva, sin comprender por qué tanto dolor e intranquilidad constante.
En el medio de la compulsa, la gente laburadora que sufre horrores por tanta maldad desatada por tan pocos individuos que asolan el radio barrial.
Unos hamponcitos contra otros y toda excusa se ostentará como válida para derramar el vaso de la demencia.
Pibitos sin educación completa, ni trabajo fijo, ni futuro visible. Entes que han preferido embalarse por el lado de lo prohibido y fuera de la ley.
Han surgido en la mayoría de los casos, de familias desordenadas, propensas al alcohol, las drogas y la corrupción, sin escalas ni atenuantes.
Las señas son idénticas y se transmiten de padres a hijos, en el marco regulatorio del absoluto desmadre. Sin cariño, sin Dios, sin contención real, los niños salen del cascarón a la deriva, sin rumbo fijo ni convicciones sanas.
Son producto estos pibes de la manzana podrida que dio frutos en mal estado. No hay vueltas posibles. Ni habrá tampoco que mirar para otro lado. Nada es casualidad y son años de convivir con la mugre.
Y la suciedad termina emanando un olor nauseabundo. Y provoca heridos y muertos también ahora. Porque éstos contendientes modernos no dirimen sus tontas cuitas con el diálogo propicio, sino con armas. Claro, que van a apostar a la charla si apenitas saben hablar dos frases coherentes.
“La culpa esencial es del Estado”, dicen los que saben y observan tales actitudes con los tiernos ojos de la rehabilitación o reinserción social. ¡Pobres almas, ojalá tuviesen razón! ¿No han discernido aún que “palo que nace torcido, jamás su tronco endereza”?
¿De qué han servido los sermones de buena predisposición? De nada. Cada vez más violentos los imberbes. Apenitas mocosos, ya se los cruza uno, jugando a dominar un par de barrios, como si nada.
Una salita, dos jardines de infantes, una escuela y dale que va, nomás. En jaque la sociedad común. El ambiente es irrespirable por las presentes jornadas. No importa nada para estos seres sin solidaridad ni amor. No aman ni valoran su propia existencia. Disparan tiros sin sonrojarse y por ahí, le vuelan la cabeza a alguien.
Pero estábamos líneas arriba en que decían algunos que el Estado es responsable. Y sí, en gran parte sí. ¿Por qué? Ah, por una razón picante: dar en su momento, las casas a cualquier persona, sin un chequeo previo o permitir luego, con el devenir de los tiempos, que las viviendas se alquilasen o incluso vendiesen cual piezas de trofeo.
Error garrafal que se le anexa a otro, como la ausencia de capacidad para controlar la violencia y, por ende, a los imbéciles violentos de turno.
Móviles apedreados, menores con poder de decisión y una dosis de connivencia, han ido desorbitando el planeta. A ver, si los recolectores no juntan la basura, ésta se acumula. Pero tenemos que darles excelentes camiones para que efectúen su labor de limpieza. ¿Se me comprende?
El problema radica, a su vez, en las dudas y las ineptidudes. No podemos darles ventajas a los impíos, con el sacro cuento de la estigmatización. No hemos de proteger al malo, sino al bueno. Los médicos y enfermeras de la sala, están hartos de atropellos, de idiotas que van a exigirles medicamentos para usar luego para drogarse. Y de los malos tratos también se cansaron. Y de las balas tétricas sobre sus cabezas.
Clausurar no es la solución, aunque sea una puerta cerrada por el momento y por prevención. La salida es barrer de cuajo la mugre. Porque si no, le damos terreno a los ineptos.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-