Opinión
Opinión: De los que disimularon lo obvio
Parece un cuento traumático, un argumento de película Clase “B”, el denodado y hasta casi absurdo, intento demencial de querer desvirtuar algunos, la relevancia de un siniestro plan para dar por tierra con un Fiscal General de la nación argentina, don Natalio Alberto Nisman.
Estamos ante un nuevo aniversario, el segundo en esta ocasión, de su muerte producida en su departamento Torre Boulevard del complejo de “Torres de Le Parc”, en el coqueto barrio porteño de Puerto Madero, un 18 de enero de 2.015.
Aunque bien vendría aclarar, caro lector, que para ser concretos, hemos de decir que el hombre que investigaba el atentado a la AMIA, fue encontrado sin vida el domingo 18. Lo que hay que aseverar todavía es cuándo falleció, puesto que se barajan ideas de que pudo haber dejado de existir el sábado 17 por la noche, después de cenar.
A sido tan escandalo la faz investigativa, se ha tirado tanta mugre encima para desviar el centro de la cuestión, que los hilos cuentan hoy con varias puntas para desenvolver. Hubo monjes negros que disimularon lo obvio.
Sin embargo, las nubes no han tapado la verosimilitud de algo irrefutable e inequívoco a esta altura: a Nisman lo mataron y armaron posteriormente toda una parafernalia endemoniada para despistar.
Su celular con datos borrados. Su computadora ídem. Su cuerpo movido. Su mano sin pólvora. Su denuncia que iba a presentar el lunes en el Congreso, no era bien vista, no convenía a muchos encumbrados personeros del poder.
Pero si es bochornoso creer que un Fiscal de tal naturaleza, amenazado de muerte por Irán, no estuviese protegido como era menester. Una calamidad curiosa que plantea la percepción lamentable de que las cosas se dispusieron de modo tal que sólo quedase en claro algo: nada estaba claro.
Desde la ex Presidente para abajo, fueron innumerables los impresentables que salieron a los medios a defenestrar al letrado. Y, datito subyugante, todos éstos badulaques exponían la teoría del suicidio, pontificando en dirección a esa vía.
Y se lo vinculó con modelos hermosas y con dinero guardado por él en otra latitud. Y se lo vilipendió con otra circunstancia atroz: dejar correr las agujas del reloj y las hojas de los almanaques. Sembrar tinieblas para que los argentinos olvidasen la temática. No la olvidaron, por suerte.
Hasta que por fin, el máximo Tribunal de Justicia dijo que la causa debía recaer en el fuero Federal. Mas se perdieron preciosos veinticuatro meses en estas dos puntas de lanza: su intempestivo deceso y su denuncia por el pacto con Irán.
En el medio hubo gente que puso garra y fervor para defender lo correcto. Se amenazó a diestra y siniestra. Se quiso llevar a los leales, lejos del candente hierro. Pero ellos prefirieron quemarse antes que abandonar convicciones.
Hoy casi es natural decir a voz en cuello que a Nisman lo liquidaron porque su informe no era tan estúpido como esbozaban los contrincantes de la verdad. No obstante, tal definición fue sostenida en el tiempo por su familia, sus amigos y por supuesto, miles y miles de personas en la extensión del territorio argentino.
Es interesante observar que algunos obscuros títeres del kirchnerismo cristnista, intuían erróneamente, que la ciudadanía es idiota y, por ende, se come cualquier verdura.
Hace rato que son unos pocos los que dudan aún. La mayor parte del pueblo pensante, reclama Justicia en serio. Porque fue un magnicidio que captó la atención con una incógnita crucial: ¿Si a un señor Fiscal no lo resguardan, qué queda para los simples mortales?
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-