Opinión
El muro de Trump
Convulsivas emociones ocasiona observar a través de la televisión o de otros medios, la imponencia de la multitud de obreros y máquinas realizando la construcción tan discutible en la frontera norteamericano – mexicana.
Somos testigos privilegiados, a nuestro pesar, claro, de la materialización demoníaca nada más y nada menos, mis amigos, que de un colosal muro separatista entre ambas naciones, por decisión del Ejecutivo yanqui que encabeza el señor Donald Trump.
Si bien no es el primer escollo divisorio, es innegable que tal barrera en estos tiempos, resulta inviable para cualquier ciudadano común y abierto a nuevas disposiciones.
Hubo quienes no le creyeron a este personaje extraño que llegó al poder del país más poderoso militarmente hablando, del mundo. Pero la vista hoy nos topa a todos, crédulos o no, con semejante locura ascendente.
Lo que se espera terminar pronto, esta muralla impenetrable, tendrá una longitud de 3.142 kilómetros, y circundará a 14 millones de almas, cubriendo la friolera de 56 puestos fronterizos.
El cruce diario por esa zona es de 1 millón de humanos, 300 mil vehículos livianos y 70 mil camiones.
Con un sideral costo que, al parecer, el Presidente del norte, anhela hacer pagar directamente a los mexicanos, cubriendo a las exportaciones de tal país al suyo, de un impuesto del 20 %. Tengamos en mente que las exportaciones de México y Canadá, que llegan a Estados Unidos, no se arancelan hasta aquí, al menos. Ese acuerdo ya lo rompió don Donald.
Las ocurrencias funestas de Trump, descendiente señalemos como detallecito anecdótico, de un antepasado proxeneta, no se limitan a tan solo este monumento al nacionalismo a ultranza.
Ha sabido criticar a mansalva al periodismo, entre otras diatribas verborrágicas usuales del rubio, catalogándolo sin pelos en la lengua de “deshonesto”. Esto lo afirmó en las oficinas de la CIA. Semanas atrás, había insinuado un odio atroz por los espías.
Se aguardan horas inciertas y la probabilidad inflacionaria está ahí, acechante en la nación del águila. Espada “damocliana” impensada para millones de yanquis, habituados a otras tendencias.
Ante semejante panorama, apenas esbozado aquí en limitados trazos, tenemos que ser conscientes de algo fundamental, amigos lectores: Trump no es un marciano recién llegadito de su hábitat distante; es un yanqui que fue votado por 62 millones de congéneres suyos.
Tal aceptación impregna la página de datos interesantes y chocantes a la vez: lo sufragaron los que jamás se “tragaron el sapo” de un Primer Mandatario de raza negra, como Barak Obama, y que no iban a “bancarse” a una mujer en el principal sillón presidencial de la tierra. Y menos aún si esa dama es la mujer de Bill Clinton.
Lo catapultaron también los obreros industriales del sur, despedidos a montones por el avance de la globalización y la injerencia de la tecnología extranjera.
Lo votó por otro lado, la clase alta y la comunidad cristiana en gran medida.
Tenemos por estos días a un Estados Unidos desbordado, fuera de juego en el contexto universal. El terrorismo avanzó ostensiblemente y la popularidad yanqui, ha descendido en cada rincón del planeta. Esto no es casual; fue hecho intencionadamente por la Administración Obama que orbitó desde sus comienzos, en bajar el perfil norteamericano.
Y hubo quienes no se adaptaron a tal impronta. Y la oportunidad se brindó en bandeja de volver a otra cosa con Donald.
Ahora, para cerrar estas líneas, ¿no advierten ustedes, acaso como hojas calcadas, actitudes de este señor y mohines de un Gobierno anterior sureño?
La soberbia está a pedir de boca. Acá lo sufrimos durante el kirchnerismo y cristinismo. El ataque sistemático a la profesión de periodista que instala Trump, consiste en un elemento visibilizado por estos pagos por años.
El rodearse de adulones a sueldo, es otra característica archi conocida por nosotros los argentinos.
Y su idea creciente de aislarse del resto, vaya si la padecimos con fuerza huracanada. Un cuadro muy patético y comparativo que nos tendrá que poner en alerta, sin dudas.
Crucial enseñanza del destino de los pueblos. Un país emergente con un idéntico proceso, en muchas áreas, al del país más avanzado. ¡Toma para vos!
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-