Opinión
DC – 8 de Alitalia
El 17 de noviembre de 1.972, llegaba al aeropuerto de Ezeiza un veterano y cansado líder político y social argentino: Juan Domingo Perón. Pese a sus 77 pirulos encima, a sus achaques físicos y pre infartos, sostenía un espíritu encomiable.
En un vuelo DC – 8 de Alitalia, a las 11:20 horas, volvía a su terruño luego de la prolongada etapa de exilio, iniciada allá por 1.955.
154 personas lo acompañaron en su periplo de regreso a la Argentina. Menos de un año después, volvería también a ocupar por tercera vez el sillón de don Rivadavia.
Nacía bajo la persistente llovizna de aquella jornada, el “Día del Militante”, por un gesto de miles de almas que se congregaron en su entorno. Los leales a Perón estuvieron contentos con su retorno a la vida política activa.
Gratitud estudiada incluso en el exterior. Fenómeno de masas nunca jamás igualado en nuestra geografía. Otros carismáticos hombres ha habido, mas ninguno lo ha podido alcanzar. Y esto lo reconocen propios y extraños.
Don Juan Domingo se encontró, eso sí, con otro país. Pero esa es otra magnífica historia. Su canto de libertad y los militantes que lo aclamaron, dieron pie a un festejo, a una celebración anual de fuste que ha continuado hasta el presente.
A 44 lustros de ese día histórico, se mueven las tablas del andamio: la gente peronista alaba a su “padre” y victorea su recuerdo imborrable. De las vertientes más raras, hasta las más tradicionales. No falta ningún apellido, por el contrario, se anexan cada minuto más personalidades que, a través de los medios o de las redes, expresa con mayúsculas su aval al ex Presidente.
Claro que tal actitud es entendible, ubicándome en el llano y sin ser “del palo”. Felicito a los memoriosos que recuerdan anécdotas de ese momento y se perfila en sus rostros un lagrimón. No es para menos.
Nadie dudará de los motivos de los “cumpas” para poner los dedos en “V”, por estas horas. Los peronistas no pierden esa esencia recordativa. Que uno comparta o no sus preceptos, es arena de distinto costal, mis amigos.
Lo que sí me produce risa desde hoy tempranito es el saludo efusivo de ciertas almitas que, de golpe y porrazo, se han “bautizado” en la fe pejotista y se muestran cual émulos de la primera instancia del ex General.
Payasescas frases elaboran, queriendo congraciarse con la multitud. Olvidan estos señores que hasta ayer nomás, adoraban a otro Dios.
Bueno, a lo mejor están al tanto de la idiosincrasia del movimiento. Las lealtades en el peronismo, no suelen durar más que el período de luz del pastor del redil. ¿O no es así?
De don Juan Domingo y doña Evita, para abajo, los “capos” bailan en un cable flojo. Ejemplos sobran.
Pero, siguiendo con el tema de esta columna, me pareció digno de subrayar esta malsana costumbre de algunos amigos. Su proyecto, imagino, ha de constituir en ir buscando “pasto para su ganado”, por donde pueda calentar el astro rey.
En una Argentina dividida todavía, donde la intolerancia predomina, donde las violencias de toda índole, se manifiestan por doquier, es responsable mirar hacia el creador del peronismo. Sobre todo por su conducta setentista, donde privilegió la unión nacional, por encima de las mezquindades de otrora.
E incluso, quizá la patria hubiese tenido un destino diferente si Ricardo Balbín habría accedido a formar parte de la fórmula presidencial, solicitud que le hiciese Perón.
En el “Día de la Militancia”, entonces, ojalá los mismos “corderos”, sepan separar a los “lobos” que se arriman al redil a abrevar de las aguas festivas.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-