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Opinión

Aguijones

1.- Fue el apóstol Pablo quien instituyó el concepto “aguijón en la carne” para graficar un padecimiento que, evidentemente, lo acompañaba de continuo. Los “aguijones”, tomando esa representación bíblica, convengamos, pueden ser internos o externos. En este relato de hoy, visualizaremos el duro y molestísimo “aguijón” que les tocó en desgracia a unos conciudadanos que, luego de ser asaltados, tuvieron el tupé de denunciar al autor material del ilícito.
2.- Se mecen suaves las cortinas de la casa custodiada. Una luz penetra con su haz en la ochava del living. Un ladrido lastimero se oye con nitidez. La familia se reúne en torno a la mesa. Sobran las dudas y escasean las palabras. Afuera la noche dilata pupilas e invita a dormir. Una ambulancia dobla en la esquina. A centímetros de la acera, descansa un móvil policial con un par de agentes. Uno masca chicle con premura, su compañero sorbe un pésimo café. Duele estar alerta cuando otros buscan la horizontalidad del sueño.
La orden de la señora fiscal ha sido vigilar la vivienda a raíz de las amenazas proferidas por los allegados de un individuo que fue aprehendido, luego de ingresar a ésta propiedad y sustraer algunas cosas.
Los movimientos del procaz malhechor fueron advertidos, hubo un procedimiento, un compás de espera y posteriormente, la captura se dio en el marco de un operativo “tipo cerrojo”.
El “caco” cae con todo lo que eso implica. Pero la paz no arriba al mismo tiempo al hogar damnificado. Por el contrario, se sirve ahora el trago amargo del cáliz del dolor.
Es muy simple: los amigos, los familiares, los “compinches” del descarriado, operan como agentes del terror, trayendo zozobra e inquietud inesperada a la gente que sufrió el robo.
Los acosaron tanto que la Fiscalía se avino a darles protección. Claro que no durará por siempre la cuestión de resguardar a los más débiles de la película. Sin embargo, los insultos y risas de las hienas, no se frenan. Quieren imponer un sordo miedo.
El padre de familia se arrepiente a veces de haber concurrido a hacer la denuncia. Su mujer lo calma con un inspirador: “Hiciste lo correcto”. La televisión dibuja una sonrisa en los hijos. Las bailarinas de Tinelli ondean sus cuerpos de odaliscas. Después de todo, la vida sigue. “O debiera seguir”, masculla para sí la mujer que trata de apaciguar ánimos. Y no demostrar la procesión que va por su interior.
Las lágrimas del cielo sorben la tierra y la resequedad del ambiente. “Está bueno que llueva”, exclama el hombre de la casa, encendiendo un cigarrillo. Ella, su esposa, lo abraza. La tristeza es sinónimo de unidad, en este caso.
Un relámpago abre sus fauces. Las luciérnagas eléctricas se apagan, dentro de la vivienda. El agua choca contra el césped del patio trasero. Otro día más que se diluye en el almanaque. Hoy no anduvieron “hinchando” los “malos”. “Veremos mañana que sucede”, dice el hombre, exhalando una última bocanada.
En el vehículo apostado, los servidores del orden observan un ronroneo extraño. Se preparan para algo feo. Mas es solo un remolino de viento y un chaparrón “maula” que carcome los sentidos. “Maldita noche”, pontifica un policía, y agrega: “Encima se terminó el café”. “Le darás respiro a la úlcera”, le responde su compañero, mientras abre otro paquetito de gomas de mascar.
Por Mario Delgado.-

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