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Opinión

Esteban Navarro: interpretaciones de un crimen impune

Germán Esteban Navarro nació un 21 de julio de 1.987 y desapareció el 28 de octubre de 2.004, constituyéndose a partir de allí, en uno de los hechos policiales más salientes de la crónica local. Hasta hoy, no hay una auténtica definición judicial de qué pasó en rigor de verdad, aunque sus restos mortales fueron hallados en un descampado de Lisandro de La Torre y Juan XXIII, el 26 de abril del 2.005.

El cariz del caso y las andanzas incansables de su mamá, Graciela Alderete, han servido sobre todo, mis amigos, para mantener viva la causa, pese a los almanaques que han transcurrido y a los escasos avances contundentes de la investigación.

Esteban Navarro desempeñaba el más viejo y vilipendiado de los oficios. En el ambiente, lo llamaban “Mara”. Se vestía de mujer y tenía su “parada” en la esquina de Avenida Pringles y Estrada. A veces, lo acompañaba alguna mujer o algún homosexual amigo. No solamente portaba ropas femeninas, su alma, sus sentimientos poseían la enorme influencia femenina.

Germán era muy amigo de su madre. A ella no le rehuía; sino que le contaba su parecer, sus anhelos y esos sueños tan metidos adentro: abrir su propia peluquería y “operarse las lolas”.

Deseos que ameritaban dinero. Bastantes billetes, por cierto. Pero “Mara” no se rendía, no claudicaba, pese a que en ocasiones la economía familiar tambaleaba.

La “cartera de clientes” que requerían sus “servicios”, era variopinta: desde uniformados que le asediaban, hasta personas de “alta alcurnia” y públicas.

Hubo un desfile de fiscales a raíz de su asesinato que arrancó con Luis Arbío, continuó con Matías Castro, Susana Alonso, Francisco Tourné y Martín Pizzolo, hasta arribar a nuestros días.

Existió algo curioso e inusual, que se leyó como errada interpretación de una orden judicial, apenas encontraron los escasísimos restos de Navarro en un baldío de lo que hoy es parte del Bingo. El sitio del macabro hallazgo, terminó siendo diezmado por máquinas que limpiaron el predio, borrando en segundos, cualquier probable huella o prueba. Una cuestión que despertó y conllevará polémica por siempre.

Esteban caminaba la calle poco antes de lo acaecido, con algo de miedo, según diría luego su progenitora. Aunque por ahí discurría en una actitud poco saludable para su “laburo”: actuaba con una puntillosa indiscreción ante quien había estado horas atrás en su compañía.

Es que le enojaba mucho que no lo saludasen al verlo, durante el día. Entonces solía enrostrarle al “cliente”, una recriminación verbal sin eufemismos: “Ahora te hacés el que no me conocés”. Por ahí el tipo caminaba con su esposa del brazo y era “escrachado”. Tal situación no le caía para nada bien al individuo incriminado.

Varios meses antes de su misteriosa desaparición, participó de una “despedida de soltero” en el ex Comando de Patrullas de Belgrano y Brown. Allí hubo otros chicos y chicas, al parecer, en una “fiestita” que corrió el velo, pasando los límites y haciéndose pública con escándalo de alto grado incluido.

Su muerte posterior se vio ligada, en una corriente de opinión, a este suceso que derivó, entre otros condimentos, en el inmediato cierre de la fuerza policial citada.

Sin embargo, amigos, no debieran olvidarse las otras dos contingencias que se miraron al principio y luego decayeron: la “presión” que ejercía sobre Germán un servidor del orden y la inmediatez de un señor funcionario que le habría prometido auxilio económico para inaugurar su sueño dorado: la peluquería. Obviamente, este señor mantenía relaciones con Navarro. Esto lo ha certificado su mamá, que conocía de primera mano, nombres y apellidos de los “candidatos” de su hijo. Reiteramos que Esteban no guardaba secretos para con Graciela Alderete.

Nunca quedó plasmado tampoco si hubo en danza uno o varios autores intelectuales de su mordaz fin. Lo crudo del relato nos coloca en que Esteban salió de su casa en la tardecita del 28 de octubre del 2.004 y ya no retornó jamás.

Se oyeron voces de haberlo divisado en tal o cual lugar. “Lo vi en Rivadavia y la Ruta 226”, exclamó alguien. Un par de versiones más y la ansiedad más absoluta de su madre que se extiende en el tapiz de la angustia.

En octubre de 2.013 algo se movió la estantería con la pretendida noticia bomba: Héctor Oscar Ocaña era citado a declarar y se lo imputaba como autor de la aberrante muerte de Germán. Un estudio de su perfil criminológico, lo señalaba sin dilaciones.

Humo sobre el agua. La novedad se escurrió, quedando la bruma otra vez. “Averiguación de causales de muerte”, reza el expediente.

Y al mismo tiempo, ya desde hace años, el Estado provincial ofrece recompensa a quien aporte datos fehacientes del “homicidio”.

No obstante, sólo se ubica la voluntad férrea de la mamá, que ha recorrido tribunales y que ha clamado ante ministros y gobernadores. Cientos de promesas se han dibujado en el aire, tratando de despejar fantasmas. Fuego fatuo encendido en el brasero de la hipocresía. Porque doce años después de la jornada fatídica, “Mara”, aún no descansa en paz. ¿Lo hará finalmente..?

Por Mario Delgado.-

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