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Opinión

Direccionar la protesta

Los pasos de los protestantes en la nocturnidad sabatina son en completo silencio, cortado apenas por algún murmullo. Los pensamientos se introducen en el mundo de los porqués, de las miradas hacia adentro, y quizá también hacia otros tiempos en que todo era mejor, hasta la cuestión de la seguridad.
Los casos sobran y las respuestas no; por eso muchos sueñan con un punto de inflexión, con conseguir la llave que destrabe los goznes de los Tribunales y se ubique doña Justicia donde debe hallarse.
Pesan los recuerdos para aquellos que han sido víctimas de delitos. Y la movilidad céntrica, se torna un puente que traslada la inquietud de un lado a otro. Vecinos, amigos, concejales, comerciantes, ricos y pobres, se aúnan con una sola pancarta: que esta crudeza cese, que vuelva la calma.
Más de cien mil habitantes, en números redondos pisan suelo olavarriense. La han elegido como su hábitat. Mas resulta evidente que no a todos les incumbe el dolor de lo que acaece en materia de falta de tranquilidad. Por equis motivos, la gran mayoría esquivó el bulto, prefirió observar desde otro ángulo. Cada quien, por supuesto, es dueño de su existencia. Y cada uno sabrá en su conciencia, qué cree realmente sobre tan urticante dilema cotidiano.
Sin embargo en el fragor de los pies caminando, de los ojos vidriosos, de los temores a que sigan arrebatando ilusiones los malvados, los individuos que dijeron sí a la puesta en relieve de los sucesos nefastos, se dan un tiempito en sus corazones para intuir que algo, aunque sea un pequeño síntoma, irá ocurriendo. No es menester encerrarse y aislarse, sostienen y por ende, se exponen.
Luego de las huellas marcadas sobre el asfalto, en el instante final del movimiento popular, los ánimos se distienden un poco. Las tensiones se aflojan, y aflora un alivio sobrecogedor, como quien ha cumplido con un criterioso deber impostergable.
Y en el brillar nuevamente de las luces, se presenta una perspectiva, una alternativa ante las ínfulas de los descarriados que prefieren tomar lo que no les pertenece, sin escrúpulos.
Porque tal vez haya arribado el día en el cual comenzar a direccionar la protesta. Abrir el juego con los actores necesarios. Claro que para tal acto se requiere de la participación y compromiso de los efectores del Estado, sin dubitaciones y con las cartas en la mesa.
Con el Intendente al comando de la nave, ¿no se podría cristalizar un encuentro cumbre, por denominarlo de alguna forma, con fiscales, jueces, jueces de menores, defensores oficiales, abogados, componentes del Consejo de la Magistratura, legisladores, policías, penitenciarios y público presente que pueda desasnarse de los aspectos legales y dónde surjan las preguntas que todos se hacen, cada día?
Lógico, ha de contarse insistimos, con un espléndido respaldo político para tal fin. Porque las ovejas mansas se están hartando, por un lado, y por otro la circunstancia y los crímenes impunes y los asaltos y robos en cada vértice del distrito, ameritan una actitud concreta: direccionar la protesta.
Hoy se marcha sin demasiado horizonte. Y las instituciones no dan aviso a nadie de por qué proceden como lo hacen. Cada funcionario judicial expresa, por ejemplo, que se ajusta a derecho, pero no se apersona a dar datos o concernientes explicaciones que las víctimas están ávidas de escuchar con detenimiento.
Direccionar, encausar la protesta. ¿Y si se prueba con eso?
Por Mario Delgado.-

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