Opinión
¿Cómo llegamos a esto?
Si los pórticos de la inseguridad están tan abiertos, si los pavoneos de un puñado de insanos delincuentes, asola con increíble impunidad e impiedad, si los resortes del Estado se han anquilosado en demasía, si se ha fomentado un “Reino del Revés”, cabe entonces situarnos en la planicie y consultarnos todos y uno a uno: ¿Cómo fue que arribamos a semejante situación tan desmadrada y decadente?
Sin defender a unos y atacar a otros, hemos de convenir sin embargo, mis queridos lectores, que este cisma social, viene de lejos. Y se ha insertado en cada palmo de nuestra comunidad, sin importarle ni posición económica, ni barrio donde viva la víctima.
En ese rastreo hacia anteriores tiempos, nos iremos topando con circunstancias nocivas que no tuvieron su correspondiente castigo. Y, al no medir la vara a todos por igual, y al no impulsar un sistema realmente equitativo, el dique Contenedor del mal compulsivo, se resquebrajó.
Cierta vez un señor me contó cómo había sido el origen de la “labor” delictiva de una persona y el punto de partida era muy sencillo: al observar la marca de las zapatillas de algunos vecinos, les preguntó cuál era el secreto para tener semejante calidad en los pies. Ellos le otorgaron la pauta, el condimento ideal para comenzar su posterior raid: “Las robamos”, le subrayaron sin ruborizarse.
Y es verdad que el excesivo endiosamiento del consumismo, nos parió “chorros” nuevos, ávidos de artículos de lujo, ansiosos de “progresar” con suma prisa.
Pero es solo una pata de la torre torcida ésta que les muestro. Es evidente que hay más condimentos incluidos en el caldero funesto. Podríamos sostener sin dudas que la pirámide malévola, se inserta de arriba hacia abajo.
Porque se puede cometer el yerro de centrar el tiro de gracia en la escala más inferior, y descuidar las posiciones más elevadas del delito.
Los pillos de guantes blancos, los evasores consuetudinarios, el crimen organizado, son otra vertiente interesante del mismo tópico. Y las fallas en los cimientos estatales también colaboran con incidencia tenebrosa: corrupción policial, servicios penitenciarios viciados de actitudes desquiciadas,
abogados y jueces que la van de “garantistas” y con ese movimiento de hacer girar la puerta, solamente alimentan la boca del impío.
Claro que se escudan los ineptos o injustos, detrás de vericuetos leguleyos, que comprenden a la perfección y que, en ocasiones, cubren de impotencia e intolerancia a quienes padecen la horda delictiva en carne propia.
Que los derechos asisten con rapidez subyugante a los “descarriados”, no es una opinión fascista; es una realidad tangible. Y los ladrones, violadores o asesinos, poseen una defensa gratis, si no pueden abonar los servicios de un abogado. Empero las víctimas, si no pagan un letrado, muchas veces terminan navegando en un mar de eterna espera y de absoluta desprotección. A excepción de que les toque en suerte, dentro de la desgracia, un fiscal como la gente, con cojones y ganas de sacar a la luz los hechos.
Vemos pues que por algo tocamos fondo. Si quien nos debe defender, transa con los “descocados”, el rumbo se tergiversa. Y surgen cual hongos, las presuntas soluciones alternativas: enrejarnos hasta los dientes, alarmas hasta en el baño y armarnos, por si las moscas.
¿Algún día podremos elegir comisarios y jueces? ¿Algún día, nos involucraremos como es menester y haremos que el Bien predomine? Porque seamos criteriosos: todavía hoy, aún en tal contexto repulsivo, existen ciudadanos que prefieren mirar de lejos y no “poner las barbas en remojo”. Pobre elección, desde luego la de esos “tibios”.
Por Mario Delgado.-

