Opinión
¿Dónde estuviste ayer?
En varias ocasiones, da la impresión que sobre el tapiz se adhieren barnices permeables a la transmutación de los valores. El quid de la cuestión, en todo caso entonces, mis amigos, transitará por acostumbrarnos o no a tales prácticas, por aceptar o repudiar esas costumbres insanas, hechas a veces en nombre de presuntos e inubicables idearios superiores. Pero que despiertan intranquilas inquietudes, desde luego.
Fíjense ustedes que el concepto de “fidelidad” es talentoso, aunque un poquitín difícil de cumplimentar por estos alocados tiempos de modernidad caduca.
“Firmeza y constancia en los afectos, ideas y obligaciones – reza el texto del diccionario y agrega: y en el cumplimiento de los compromisos establecidos. Lealtad, atención al deber”.
Así nomás. Fijado en letras candentes. Imposible no verlas a distancia, inaceptable no comprender el abrigo de estos renglones.
Empero, la teorización suele volverse un papel amarillento arrastrado por cualquier viento de doctrina. En aras de salvaguardar intereses o anhelos puramente individuales, se obra con desmesura, desprolijidad y desapego de estas herramientas valorables en la tinta y, solo en la tinta, insistimos, por sendos actores del devenir político y social de nuestro terruño cementero.
Los cambios de camiseta se han puesto de pronto, a la orden del día. Los Libros de Pases se llenan de nombres que se van repitiendo, rotando de redil, según la intensidad del temporal.
El acento lo colocan en explicar con ademanes ampulosos los determinados “porqués”. Tal semblanza los arrastra por momentos a ridiculeces mayúsculas.
Es que se complica, amigos, bendecir la mano que se maldijo y quedar bien parado ante la comunidad medianamente informada.
Se observa no obstante, también otra forma totalmente contraria de justificar ingresos en otros “equipos”. Y esa fórmula se relaciona con tomar como pretexto el absoluto silencio. Queda expuesto el personaje a la libre interpretación del vecino.
Ambas decisiones son controversiales. Pero es una constante que ya no produce, dicho sea subrayado de paso, el mismo impacto que años atrás. Y es lógico: se ha ido evolucionando a la inversa en este tópico.
Hasta hace minutos alguien ensalzó a Cristina, por ejemplo, y al rato, como por arte de magia, la crucifica cual opositor más acérrimo. ¿Cuál es el auténtico espíritu del sujeto ése? ¿Quién le puede creer a un fantoche que se mueve al compás de las conveniencias y apetencias, ligadas más de una oportunidad, a suculentos sueldos?
Es harto increíble como tales inclinaciones no tienen todavía el peso del repudio popular. Aunque convengamos que para alguien en particular, doblar de golpe y adherirse a otro “amo”, no le valió la victoria tan buscada.
Mas es un pequeño, todavía un pequeño ejemplo. La gente no debería ser tan fría ante los virajes del timón. Porque resulta que ahora vendrán “caras extrañas”. Que son, en rigor de ser veraces, las que han rondado “el gallinero” siempre. Entre lobos disfrazados de corderos y fracasados que no saben hacer otra actividad que mamar del Estado que no los vomita.
A prestar atención. A mirarlos a los ojos. A no pestañar. Ya han salido con las redes dispuestas a capturar ingenuos desprevenidos y fáciles de arriar.
No importa de dónde vengan, solamente castañetean por su propio futuro.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-