Opinión
Vuela, Cecilia
El cuerpo, el alma, el espíritu estaba agotado por completo. Las vías de escape de la desesperación, se manifestaron muy mal en la madrugada de este miércoles, tocando las fibras íntimas de una joven mujer de 31 años, pero con padecimientos varios. Por Mario Delgado.
La venía remando contra una enfermedad contundente: “Discinesia Tardía con reflejos tardíos”, una patología que la tomó de plano estando en un Centro Asistencial de Mar del Plata. Una “sobrecarga” medicamentosa, habría ocasionado el drama.
La mayor parte del día tenía que permanecer parada; apenas si lograba ir al baño y cada vez le costaba un tanto más poder conciliar el sueño por las noches.
Las vicisitudes la habían introducido, años atrás, mis amigos, en el mefistofélico submundo de las adicciones. Y, al intentar salir tiempo después, tuvo el percance más devastador que se hubiese imaginado, quedando sujeta entonces a la enfermedad que la envolvería sin piedad.
El hogar de su madre es humilde. Allí Cecilia vivía junto a su adolescente hija que se iba mentalizando en el tétrico manejo cotidiano del tormento de su progenitora afectada tan contumazmente.
Abuela, hija y nieta entrelazadas por la mordaz cadena del mal y de los problemas que encima acarrea la situación económica que no es acorde a los gastos que se originan.
Cecilia debía medicarse con “Feinardon” de 25 miligramos, con “Tetrabenzina” en grageas y “Toxina Butolínica” inyectable. Por supuesto, los remedios excedían en su costo a las probabilidades financieras familiares.
Y para colmo, amigos, los tentáculos de la enfermedad eran cada hora más fuertes. La impotencia y la desazón, iniciaron su curso demencial y caótico. Los hilos de la cordura, de la estabilidad emocional, eran ya muy finos. El cuadro de situación de la dama era siniestro, realmente.
A todo esto, una cuenta abierta en Banco Nación, bajo la denominación “CBU O11 03838 30038316118297”, no arrojó mayores dividendos a la vista: tan solamente 500 estoicos pesos depositados, aguardando un espaldarazo social que no llegó nunca.
Apenas algunos movimientos espasmódicos de un Grupo Solidario, aportando su mano tendida para auxiliar dentro de las posibilidades, claro. Apenas alguna nota periodística, reclamando la sensibilización de la comarca. Apenitas un granito de arena en el desértico camino que ya, a esa altura del cotejo, era la vida opacada de esta joven madre.
La cara de la moneda, sólo exhibía la cruz. Los clamores eran continuos. Sin respuesta. Sin un oído alerta en forma permanente. Los estragos se convertían en visibles, marcando ojeras y destrucción acelerada del sistema nervioso.
Hace quince días, ella decidió internarse. Ya los medicamentos no eran sólidos; no lograban cometer su misión. Infructuoso destino y zozobras por doquier.
Fue a dar al Sector “B” de Clínica Médica del Hospital Municipal. Desde allí volvió a reincidir en su solicitud de amparo. Ella percibía su estado calamitoso.
Los llantos eran recurrentes. Las imágenes florecían en su debilitada mente de mujer abandonada, a merced de la soledad y de las acciones de quienes le acercaban una pizca de sostén de salud.
Los fantasmas negros rondaban su cama. Pensó quizá en su ayer, en su hija creciendo con pesares involuntarios, pensó en mejores cosas, aquellas que nunca disfrutó inclusive.
Ideó tantos paraísos que terminó sujetándose con una sábana del soporte de la tele de su cuarto de internación. La ronda de rutina advirtió algo extraño. Se quiso revitalizar infructuosamente un cuerpo inerme.
Nada que hacer. Cecilia partió, buscando un halo de tranquilidad, un foco de paz. ¿Quién acaso, puede juzgar actitudes, sin hacer un minuto de silencio?
En la frialdad de mitad de semana invernal, vuela Cecilia hacia el más allá.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-