Opinión
Tinellizando el rumbo
El miércoles pasado se reunieron por término de una hora el Presidente de la Nación, Mauricio Macri y el conductor televisivo y dirigente deportivo, Marcelo Tinelli. Tal encuentro tuvo como marco de referencia una serie de rencillas previas, donde primaron las ridiculizaciones hechas en “Showmatch” hacia la figura presidencial y un apoyo por parte del primer mandatario al señor Pérez, para que comande la alicaída AFA.
La disyuntiva ha sido “peliaguda” y don Marcelo ha mostrado, una ocasión más, que nada de lo que realiza es producto de simplonas casualidades, puesto que con sus movimientos se evidencia un plan predeterminado.
Es una cuasi locura intuir siquiera que la cuestión de fondo, sea tan rotunda y contundente. Pero lamentable es reconocerlo, por cierto, estamos sujetos en esta rama del gran árbol, a designios inverosímiles.
¿Cómo es factible que un país, pretendidamente serio y formal, avance sin limitaciones si tropezamos con estas ridiculeces a las que se las ensalza en demasía?
Pero es un estridente impacto que nos circunda. Si hasta el mismísimo diario “El País” de España se dignó a titular con pompa que la reunión “cumbre” se haría entre Macri y “el zar de la televisión argentina”.
La obviedad sale a la luz. Tinelli es un estratega al que le importa el rating, el negocio, y ubicarse en el centro de la escena. Y quiere comandar los destinos del balompié desde hace buen rato, mis amigos.
Tampoco es novedad que se enfrente a los líderes políticos. Menem, De la Rúa y los Kirchner, fueron tocados en su momento. Con alguno arregló una conveniente tregua, con otro no.
Su criterio ha venido siendo lineal: “te “pego”, me reúno contigo y si acordamos paz, entonces, viro mi mensaje hacia ti. Si no hay conciliación, te doy con “tutti” en un programa que ven tres millones de personas”.
Sin abrir un juicio de valor sobre el envío que ya superó las dos décadas, es insostenible que un exitoso mediático, marque tanto la agenda de un territorio que posee muchas prioridades a observar desde Casa Rosada.
Pretender que Tinelli es un tipo que se burla de alguien en particular porque sí nomás, es un craso error. Se reirá con sonora sorna hasta que selle la alianza respectiva, como decíamos renglones atrás. O sea, el hombre no es sincero ni mucho menos; es un espléndido oportunista, un pragmático de gran porte.
Hace su juego personal y es pésimo contexto que la población se enganche. Pero la cotidianeidad lo sigue manteniendo en la cima. Para alegría de los que lo aman y para desazón de sus detractores. Por tal motivo, se permite estos manoseos y sarcasmos con quienes dirigen el barco argentino.
Lo triste, sin embargo, es advertir que desde Balcarce 50 le arrojen un centro a los pies y sintonicen su mismo dial. El ingeniero Macri ha de contar, es presumible, con una agenda repleta y debiera estar situado en la cresta de la ola. No tan preocupado y ocupado con el bolivarense.
La inflación demoledora, la inseguridad y otras yerbas, son un caos visibilizado por todos. Ni que decir de las tarifas en alza y sus controversias, con idas y vueltas adheridas.
La Argentina que anhelamos de corazón, no debe contar ni en pesadillas, con este tipo de álgidos temas, que se “viralizan”, que se hacen estrambóticos y se instalan en un podio incoherente.
La Argentina que soñamos de alma, no puede continuar con personajes que estremezcan desde una pantalla chica, y re programen a su antojo caprichoso un circuito completo de acciones políticas.
Claro que depende de nosotros también hacer que algo realmente varíe de verdad. Si no, démosle al “pan y circo” y atengámonos luego a las deplorables consecuencias.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-