Opinión
Centrar la mira
En un vistazo rápido, preciso y voluminoso, un buen cubero descubrirá que hoy por hoy, mis amigos, el eje problemático de nuestro hábitat cementero, (además de los aumentos, obvio) tiene que ver con un avance desproporcional de la indeseable inseguridad (para nada nueva; tampoco creamos que el demonio nació recién) que asola en todos los puntos cardinales y sin observar clases sociales ni edades de las víctimas.
Pero si hace apenitas horas atrás, a un vecino de casa, le sustrajeron dos televisores mientras la familia estaba ausente. Minutos simplemente de no permanecer sus moradores en la propiedad, y ¡Zas! Dos tipos en una moto, violentaron la puerta de entrada, rompieron la reja y adentro.
Y la lista continúa indefinida. Hasta los establecimientos educativos son blanco fácil de las lacras. En Avenidas Trabajadores y Alberdi, en la Escuela Número 6, funciona un colegio secundario y de allí se rapiñaron diez computadoras que instantes después nada más, ya comercializaban a bajísimos precios.
En Pueblo Nuevo, en San Martín entre Independencia y San Lorenzo, la novedad triste e impotente llegó el domingo por la noche.
No hay paz. No hay sitio a salvo. La horda ríe burlona e insaciable. Aunque habría que ser consciente y mirar con el foco puesto en todos los ángulos.
Y entonces la cámara enfocará resuelta hacia el barrio Independencia, donde aún permanecen usurpados treinta y cinco apartamentos.
La telaraña maléfica parece, amigos, no conocer límites ni autoridad que los frene o sujete a derecho, como corresponde.
Las contradicciones policiales son evidentes y enervan. A un pobre tipo son capaces los uniformados de secuestrarle su moto vieja de 50 CC. Ahora ir y quitarle la carga pesada sobre los hombros a las personas de bien del Independencia, es otro asuntillo mucho más difícil e intrincado.
Se acercan, discuten unos interminables minutos y luego se marchan en sus móviles refulgentes, cual si nada hubiese acaecido. Pero las llamas envuelven y el incendio no cesa.
Una auténtica red en aras de tomar los departamentos, usufructuando gracias a desesperados o incautos que se ven insertos en tramitaciones poco santas. Disimuladas de legalidad, eso sí.
Un escribano y un ex juez son parte de la “sociedad”. Y la paciencia de los buenos que tiende a agotarse. Personas que viven con miedo, que no desean salir de sus habitaciones, presos de sensaciones de pánico y desesperanza.
Promesas de solución que no llegan todavía. Y que ojalá se cristalicen en breve. Con venta de drogas y asaltos adicionales.
Por supuesto que no habrá que olvidar las casas también usurpadas en la localidad picapedrera de Sierra Chica. Allí, frente a una Unidad Carcelaria, los “profanadores” de viviendas se han adueñado así como así y la cosa va para largo. Oh, sorpresa.
Por tal motivo, resultaría oportuno que no nos detengamos en pequeñeces, si no pongamos toda la energía posible en peticionar las resoluciones pertinentes de estos ítems dantescos.
De centrar la mira, de eso ha de versar el pensamiento de la mayoría de las voluntades olavarrienses. Con el objetivo ubicado, con la garantía de cuáles son las prioridades, se irá por mejores sendas.
Porque, es lamentable decirlo y que nadie se ofenda, por favor, lectores del alma; mas si nos disponemos a debatir por ejemplo, con sumo énfasis quien corno pagó los gastos para reparar la quejosa caldera de la Escuela 1, y nos envolvemos en esas frazadas disuasorias, cuando el quid de la cuestión, reiteramos, es otro, mucho más urticante y generalizado, estamos equivocando el rumbo.
Bienvenido sea desde luego, el arreglo de tal caldera. Por los pibes y los docentes. Pero no es materia de polémica mediática que valga más tinta derramada. Afuera, la gente sufre de verdad.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-