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Opinión

A quince minutos del centro

Voy a preservar identidades y sitio geográfico exacto, ese fue el pacto con los protagonistas de mi relato y ustedes sabrán comprender, mis amigos lectores de siempre.

Porque la idea es poner de manifiesto una realidad familiar para, entre todos, mutarla lo antes posible.

Sí les comento que este cuadro que describiré es visible aquí nomás, a quince minutos del centro olavarriense. No es un cuento chino ni de horror; es una auténtica vivencia que debiera conmocionar las íntimas fibras humanas.

Por los negativos azares de la vida, una joven parejita; ella 26 años, él 23, sus tres hijitos y uno por venir prontito nomás, se quedaron sin un techo digno y el muchacho, para rebasar el vaso de las penurias, además se quedó sin el laburo que tenía a mano.

Por obra y gracia de un amigo, les brindaron una ayudita, consiguiéndoles un sitio donde morar momentáneamente.

Claro que ese espacio no puede llamarse hogar ni por asomo. Y con el plus inclemente del señor frío que empieza a mostrar sus filosos dientes.

La buena voluntad estuvo, eso es seguro. Y el anhelo de no dejar tirados a estos pibes y sus inocentes criaturas que, desde luego amigos, merecen un mundo más hospitalario.

En un predio donde circulan ovejas, cerdos y caballos, colocaron una cabina térmica y le adosaron una casilla de chapas, utilizada comúnmente para que duerman de noche las ovejas, recubierta de los nylons de los silos bolsa.

Precariedad absoluta. Sin baño, por supuesto. Con una salamandra de corto tiraje que humea más hacia adentro que hacia afuera. Sin agua. Con una garrafita de esas que emplean los pescadores. Y con la bondad de un vecino que extendió un largo cable para cederles luz eléctrica.

El sumun de la miseria. Los niños concurren al jardín y se asean previamente, como pueden. Ropita colgada y necesidades por doquier.

El viento envuelve las mañanas y la nocturnidad también. El frío congela carne y huesos al mismo tiempo. Las expectativas no dan para mucho. Es imprescindible auxiliar a estas almas en pena.

Ya hay un grupo de gente con espíritu solidario, moviendo los filamentos adecuados. Ya se instaló el carrusel para trasladar a esta familia, que quiere permanecer unida pese a las calamidades actuales.

Es cuestión de tiempo. Pero el tiempo vale oro en tales ocasiones. No hay que dar vueltas sin sentido: solo accionar las palancas de la practicidad.

Por si no lo sabían, les cuento esta historia verídica. A quince minutos del centro, hay personitas que no la pasan tan bien como vos y yo.

Por Mario Delgado.-

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