Opinión
Precariedades
La concepción liberal imperante en la República Argentina, de Caseros para acá, se ha permitido la utilización de dos cimientos prioritarios, asidos dadas las circunstancias: los partidos políticos, gerentes de la democracia y las Fuerzas Armadas, puestas de relieve para voltear obstáculos y proseguir con el camino entreguista.
Por suerte, desde 1983, el continuismo democrático ha sido una acción aceptada y valorada por la más absoluta mayoría del pueblo de nuestra Nación, aunque quedan aún algunos resquicios de otras épocas.
La tranquilidad que significa el votar cada dos años y poder elegir a los representantes que nos gobiernen y legislen, mantiene sin embargo, queridos lectores, vicios y dilemas no resueltos.
Pequeños o grandes “cascotes” en los zapatos de la gente. Y, en esa dirección, se anota en uno de los primigenios lugarcitos, la señora Precariedad, con su hija la Precariedad Laboral también incluida.
El “mata burros”, como diría mi vieja, nos desasna precisamente: “Precariedad: es la condición de precario, o sea aquello que carece de recursos, es poco estable o no está en condiciones de sostenerse en el tiempo”.
La Precariedad Laboral, consiste pues, en reunir estas condiciones y sumarle otras, para hacer un coctel explosivo que estalla en la cara del obrero cuando éste recibe un desalentador telegrama de despido.
Y, aunque parezca casi ridículo o increíble porque transitamos los peldaños de nada menos que del Siglo XXI, sin embargo, las piezas del rompecabezas no se han hallado como para solucionar definitivamente el consabido caos.
Pero si son varios los organismos estatales, por ejemplo, amigos, los que incurren hoy por hoy, en esta vil faceta. ¿Cuántas veces hemos observado manifestaciones de empleados de SeNaSa o ATE, reclamando a grito pelado por su adecuación a un régimen de estabilidad de laburo?
En ciertas ocasiones, los resultados han arrojado alegrías puesto que se han pasado a planta a trabajadores contratados. Mas la nómina no se detiene ni adecua por completo.
Y con este panorama de contexto, llegamos a los tristes sucesos del miércoles 10 de febrero aquí en el “Centro de Documentación Rápida” de Lavalle y Cabral.
Ese no será un día común ni uno más, para los nueve empleados de la oficina abierta allá por octubre de 2014. Una noticia malvada los cruzó de plano y de golpe. Un aviso demencial de pérdida del trabajo.
La cuestión saltó a la luz enseguida y la solidaridad política, sindical y de los olavarrienses en general, no se hizo rogar demasiado; por el contrario, fue espontánea y amplia.
Por supuesto que en medio de la desazón, los hilos se movieron para buscar ayuda. El sábado por la mañana, el alcalde Ezequiel Galli los recibió privadamente en su despacho a los cesanteados y hubo un compromiso de intermediación para conquistar alguna victoria, en un trance tan penoso.
No obstante, y pese a la consistencia de los momentos álgidos de ahora, permítanme por favor, ir en aras de sencillas pero fuertes reflexiones.
El Estado, como decía antes, no ha cubierto del todo sus espaldas. Florencio Randazzo y Compañía pusieron en marcha el CDR, ocuparon personal bajo el sistema de contrataciones, es decir con plazo, con un término, en estos casos del 31 de diciembre de 2015. ¿Se comprende?
Primer error, entonces. El Gobierno no los colocó en el pedestal de “permanentes”; los arrojó a las fieras pero como faltaba mucho y además, existía el imponderable que volviese a ganar el kirchnerismo, nadie veló por los intereses por anticipado. Idéntica foto en todos los CDRs habilitados.
La culpa inicial fue del régimen anterior. Una utilización política perfecta en tiempos pre electivos. Ahora resulta que el devenir sentencia que vence Mauricio Macri y los dados se dan vuelta. Y una lapicera digita héroes y villanos y a otra cosa. Aunque ya se habían anunciado “correcciones” en las áreas estatales nacionales.
Puede haber superpoblación de empleados en alguna ciudad. Pero aquí , en el CDR, da la impresión que no se da ese espectro. Sin perjuicio de ello, el señor Juan Carlos Morán, encargado de rearmar la carpa, tomó la decisión de echar a los pibes y pibas, sin avisarle o consultar previamente al Jefe Comunal local, doctor Galli.
Danzan sobre cables flojos los posibles parangones del futuro de esta gente. Choque de trenes y desinteligencias no meditadas. Y la presencia, una vez más, de un Estado que tendrá que visualizar salidas, pero no de emergencias momentáneas, sino peremnes.
En un escenario donde queda evidenciado, nadie puede arrojar libremente la primera piedra, porque las manchas en la ropa tocan a todos los actores, de ayer y de hoy, ojalá prime la cordura y el excelente criterio. Por el bien de la muchachada expulsada.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-