Opinión
Cresta Roja
Un error que suele cometerse es observar las cuestiones con cierta miopía intelectual, despreciando un paneo general de la situación, prefiriendo en todo caso, mis amigos, un cuadro sinóptico de la imagen total.
Esto pasa en realidad con más asiduidad de lo que lleguamos incluso a imaginar. A veces tiene un atisbo de descuido y otras un alto grado de elemento de distracción.
El tema es que conviene centrar la tónica en todo el tapiz, no sólo en un punto determinado, pues tal parcialización nos puede arrastrar a un aumento mayor del desconocimiento, en lugar de posicionarnos de cara a la veracidad de los hechos.
En pos de tal argumentación marcha hoy la desesperante visión que nos presenta la compañía avícola “Cresta Roja”, que estuvo en un cómo segundo sitio en el podio de la producción de pollos de nuestro país. Hoy posee un triste pasivo de más de dos millones de pesos.
Esta gente, se deduce, después de tocar el cielo, hoy roza el infierno. ¿Por qué sucede tan drástica desgracia? Hete aquí entonces que surge la necesidad de un pequeño pero fiel análisis de los tétricos entretelones que trasladaron a una industria exitosa, al pie de la derrota.
Allá por el año 1959, don Rasic padre, un croata que arribó al territorio nacional con una meta definida, abrió el juego de la empresa y sus dos hijos: Ivo y Milenko, se tuvieron que sumar enseguida, pese a sus cortas edades, en verdad más por obligación que por un auténtico deseo de laburar siendo tan jóvenes.
Sin embargo, los años transcurrieron y la idea embrionaria del hombre enérgico venido de Europa se multiplicó. Y así, con buena predisposición y prosperidad, se dieron los contactos con el súper secretario Moreno, quien les ofreció la panacea: plata fresca a cambio de comerciar con Venezuela y potenciar además el consumo interno.
La bendición caída del cielo oficialista facilitó la ocupación de obreros y la producción se contó por miles, cubriendo el 13 % del mercado local, estando solamente detrás de la potente “Avícola Tres Arroyos”.
Los imponentes subsidios de Casa Rosada inflaron el globo. A la República Bolivariana iban los pollitos y de allí mandaban energía. La negociación fue viento en popa hasta 2011. Un traspié y la quita de los “galardones” económicos, empezaron a hacer tambalear los cimientos de la “Cresta Roja”.
Las multimillonarias cifras de dinero percibido no sirvieron a los propósitos teóricos por esos manejos inconvenientes que suelen ocurrir. Los contratos con los venezolanos quedaron en un lindo recuerdo y la empresa, superpoblada de empleados, no tuvo ya como paliar su enclenque cotidianeidad.
Los dueños abrieron el paraguas y en 2014 se declararon en concurso de acreedores. El Gobierno provincial de Daniel Scioli optó por la intervención y se fue entregando una dosis de dinero para la supuesta compra de alimento para las aves. Aunque a veces esa plata iba al bolsillo de los laburantes en calidad de sus sueldos. O sea, hubo que ir fijando prioridades y el costado óptimo, ya no existía ni por casualidad.
Y llegaron los días actuales con un dilema “peliagudo”: ¿Cómo se rescata del profundo hoyo a la alicaída empresa, que fuese otrora tan admirada?
El Gobierno macrista se topa de golpe con un dislate de herencia y se entrecruza con la vieja receta de tenderle un pial a los operarios para que zafen momentáneamente.
En el medio la ilógica represión y la búsqueda de capitales que se hagan cargo lo antes posible del “despiplume”. Al parecer, cuatro empresas, una de ellas la antes citada “Tres Arroyos”, estarían ofertando para darle continuidad a la operatoria y sobre todo, claro, salvar la fuente de trabajo de más de tres mil almas.
No hay un único responsable, ni tampoco se pueden evadir de rendir cuentas los propios propietarios. Como tampoco se puede esbozar a boca de jarro que éste es un problemón novel, cuando queda demostrado con creces que viene de arrastre.
Por Mario Delgado.-




