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Opinión

De los sin códigos

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Queda todavía en el imaginario popular, la idea, la percepción del delincuente con ciertos “códigos”. Tal vez sería conveniente alguna vez, intentar rastrear el origen mismo de tales ideas contemplativas hacia quienes cometen fechorías perjudiciales. Por Mario Delgado.

Sin ir más lejos, mis queridos amigos, hace un par de días atrás, me refería un señor acerca de un ex ladrón ya fallecido. “Era una especie de ‘Robin Hood’, ayudando a sus vecinos que estuviesen en la mala”, me comentó esta persona quien, además agregó datos estratégicos de cómo era que “colaboraba” con sus prójimos desamparados.
Y exposiciones similares, es probable que encontremos por doquier. Se su pone, al parecer, entonces, que otrora existió un códice normativo invisible que era respetado y avalado por los “cacos” que no transgredían subrepticiamente, esta cuestión tan puntillosa.
Claro que también podemos caer en una trampa para incautos con esa presunta y o pequeña “defensa” de los ladronzuelos que no molestaban ni por casualidad, a sus vecinos de barriada. Es menester poseer tacto y cuidado a la hora de repasar nombres e historias, sino es posible que terminemos empantanándonos sin querer.
La costumbre de quebrantar la ley es deplorable. Y debe ser considerada una actitud nefasta, por más que aparezcan sendos atenuantes. Tapar el sol es imposible y así nos ha ido como sociedad con garantismos rimbonbantes y apaños a ultranza a seres deleznables.
La inseguridad es una triste realidad, no una sensación producida artificialmente por los medios opositores, o por políticos con ansias de arribar al poder. Cada jornada nos depara una nueva intervención de los fuera del orden que trae aparejado problemas a gente como usted o como yo. Estamos a merced de las lacras que pululan cual hormigas, buscando a quien devorar.
En tal contexto, lectores míos, no cabe ninguna filosofía que nos eche culpas a nosotros en detrimento de los malvivientes. Un experimentado hombre de los derechos humanos, sin embargo, se lanzaría gustoso sobre esta columna y la quemaría en la purificadora hoguera. En virtud de las posturas interesantes de equiparar responsabilidades y limpiar la sucia imagen del “hampón”.
Echándose hacia atrás en su silla, el buen caballero, explicará que es el Estado el que no cuidó al pobre individuo y por lo tanto, todos somos parte de su calvario. Mochila de dolor y frustración que lo obliga a “salir de caño” al sujeto.
Y la orquesta sonará de fondo y las víctimas ¿qué harán? La subversión de valores es muy compleja y traicionera, si no se observa con amplitud. Porque no todos los desposeídos del Estado son basura delincuencial, ni todos los pobres ni todos los menesterosos habidos y por haber. Hete aquí que se requiere ojos abiertos y mente imparcial.
Los facilismos nos llevan a equívocos. Aunque hay quienes no yerran, sino que proyectan su pensamiento cual si las cosas, pasasen en otro planeta. ¿Acaso se apersona algún defensor de “rateros”, para asistir a la anciana golpeada? O, ¿ustedes tuvieron ocasión de saber si hubo consuelo institucional para la señora del Barrio Jardín, por ejemplo, que soportó la rotura de su puerta de entrada al departamento y que además, le sustrajeron prácticamente todas sus pertenencias?
Esto acaeció 48 horas atrás. Y puedo citar más casos horrendos y repudiables. Por eso lo único que les solicito a los amigos “garantistas”, es que no me engrupan con cuentitos de “chorritos” “leales” y “nobles”. No es la polémica: delincuentes con o sin “códigos”. La tesitura es uniforme y tajante: Hoy vive la sociedad atemorizada, y la minoría torcida, hace de las suyas, riéndose de los demás.

Por Mario Delgado.-

Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho