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Opinión

Opinión: El rugido del león

Los que estuvieron aquella aciaga noche cerca de los tristes acontecimientos, describen esas acciones como tétricas y muy proclives a lo auténticamente demencial. Eran, esto hay que reconocerlo, tiempos permeables al odio y al enfrentamiento entre hermanos que pensaran distinto. Era la jornada imborrable para la retina de cientos de argentinos, del 16 de junio de 1.955.

Con la actitud de un rugiente león, pero con la impronta de la cobardía, el odio intrínseco y la misión de imponer miedo, algunos deplorables seres humanos se dedicaron a incendiar iglesias, en repudio abierto a la cruz cristiana y en respaldo a un gobierno nacional, que hacía malabares por seguir indefinidamente conservando poder.

La profanación y quema de sendos templos y diócesis, abarcó un espectro amplio de la ciudad de Buenos Aires. Rapaz, la vorágine incendiaria consumió edificios y sentimientos católicos también. El Palacio Arzobispal, la Capilla de San Roque, la de San Ignacio, y la propia Catedral Primada, entre otras sedes fueron reducidas a cenizas en un intento macabro y déspota por silenciar la voz del clero.

Se la denominó “Noche de la Pasión de Jesús en Buenos Aires”. Y es un hito intrigante en la faz negra del historial de la República. No fue ni debe ser considerada tal instancia como un hecho aislado o meramente casual, producto quizá de una horda de desalmados o “desbocados”. Porque, en cambio, correspondió, porque representó en sí la frutilla de un postre maléfico, condimentado con la idea basal monstruosa de bloquear todo pensamiento discordante con el oficialismo de turno.

Y don Juan Perón y su entorno están directamente sospechados de responsabilidad, tanto por dar las órdenes o, en su defecto, por avalar con su silencio impenetrable, circunstancias tan marginales y pasadas de rosca.

El anticatolicismo y los pasos gigantescos de la masonería, se visibilizaron por aquellas épocas. Y esos ojos enrojecidos, mirando de costado a la curia continuaron luego, llegando hasta nuestros minutos presentes. Ni que hablar de la filosofía de considerar rival a quien no se enrola en la tesitura oficialista…

Las excusas jamás aclararon nada. Y las concomitancias del caso, fueron eje de hipótesis y elucubraciones sin respuesta tajante. La locura cesó en parte. Pero, a sesenta años de ese día, bien cabe, mis lectores del alma, la consulta ¿y quién se coloca el sayo de la culpabilidad y pide perdón, aunque más no sea, en una forma teórica?

El peronismo siempre ha esquivado el bulto de tamaña saña dictatorial. Algunos han expresado que, gente por fuera del ámbito gubernamental, los embarró, enrostrándoles esta quema. Sin embargo, volvemos al punto cero: las falencias investigativas y las posturas casi aprobatorias, dieron letra a las presunciones más convocantes.

No hubo una mayoría de militantes o de dirigentes compungidos de corazón. Salvo honrosas excepciones, muchos sobrevolaron esta cuestión, poniendo fríos paños y queriendo quitar la fecha del calendario. Un ejercicio de no promover la memoria con resultados parecidos a los anhelados, por cierto.

Por eso existen personas que aún no entienden la posición del Jefe de la Iglesia Católica hoy, recibiendo ya por tres veces en su sede a la señora Presidente, Cristina Fernández. Es que por más que las décadas se hayan sucedido, la duda carcome cerebros: ¿Éstos son tal vez, descendientes de aquellos? No sabemos, aunque varios ideológicamente están calcados.

Por Mario Delgado.-

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