Opinión
Opinión: De los calefactores
Cual procesión religiosa multitudinaria, vienen bajando los dilemas inherentes a los 137 establecimientos educativos locales. Sobre todo, mis amigos, con la aparición despiadada y poco ortodoxa, de los primigenios fríos otoñales, presagios impiadosos de los que castigarán en breve nomás, con el arribo puntual del señor Invierno.
Casi cual calco geométrico, se da una situación que golpea con el bullicio de estruendoso tambor: el pésimo funcionamiento de los calefactores en cada escuela. Un relevamiento práctico, nos pone “en autos” enseguida, puesto que en más de un sitio, la cuestión es desesperante a la sacrosanta hora de intentar encender estos tan útiles aparatos.
Como en el “Muro de los Lamentos” de Jerusalén, las plegarias son expuestas, tanto en los turnos mañana como en las tardes. Y ni que decir de los horarios nocturnos, obviamente. Las gargantas de auxiliares y docentes, se expanden a diario en un rezo sincero con un propósito sobrenatural: que los artefactos servidores del calorcito reparador, tengan a bien arrancar con su cometido.
Pero, y siempre habrá un pero, no son escasas las oportunidades en que los díscolos hacen caso omiso. Impertérritos, los señores calefactores se niegan a laburar. Se idean entonces, varios métodos improvisados para lograr que la pena se transmute.
Hisopos, alcohol, trapos empapados en algún combustible, son algunas de las geniales propuestas tendientes a que el “tipo” diga finalmente “sí” y comience su misión. Claro que los hay también destruidos, arrumbados, depositados en la antesala del necesario reemplazo.
El Consejo Escolar cuenta por estos aciagos momentos, con un fondo de 80.000 pesos, dispuestos para la temática que nos urge en esta columna de opinión. Y, en el área de Infraestructura, tenemos tres consejeros que se reparten, que se dividen la tarea de velar por el mantenimiento de los productores del buen clima en las escuelas.
Cada funcionario citado, dispone además, lectores queridos, de un proveedor, en estos casos puntuales, léase de un matriculado gasista que es el responsable de obrar en consecuencia. Destaquemos que se busca que, de ser factible, sea siempre el mismo profesional quien concurra a su sector, a sus colegios, por una elemental razón: ya irá sobre seguro, sabiendo los “diagnósticos” de cada “paciente” (calefactor) a revisar.
El procedimiento, a grandes rasgos, sería éste: la Dirección de la escuela solicita, mediante nota escrita, la presencia de los técnicos y es luego el Consejo Escolar, quien va señalando los lugares a observar, siguiendo eso sí, un paneo de prioridades.
Se dan ciertas anécdotas que hacen aún más jugosa esta particularidad. Suelen recibir los consejeros en su sede de la calle Rivadavia, sendos escritos pidiendo que vaya a tal o cual escuela un gasista, porque el personal auxiliar se niega a prender los calefactores, aduciendo motivos de injerencia, jurisdicción o cualquier otra instancia.
Podría resultar lógico que, a esta altura de mi nota, ustedes se pregunten, a voz en cuello: ¿Por qué cornos no se prepara todo antes y nos aislamos de tantas “pálidas”? Ah, ¡excelente inquisición la vuestra! Y con una tajante respuesta, que nos esbozara un consejero conocedor del ítem respondemos: porque no hay garantías de que los alumnos, o algunos de ellos, mejor dicho, cuiden los elementos. De modo tal que se caería en doble o triple gasto, procediendo de esa manera, en teoría lógica.
Hasta eso tenemos. Como en una antigua botica, hay de todo. Es lamentable admitir que a veces, los maestros o porteros, notan que han roto o se han robado algún adminículo de los aparatos. Increíble pero real. Tan palpable como el denso frío que se cuela por doquier, haciendo chirriar los dientes.
Se ha optado ya, en decenas de escuelas, por enrejar a los calefactores. Porque si le decís algo a un pibe que esté, por ejemplo, pateando uno, correrás con la desventaja que te mande a “freír churros”. O algo peor. Y no es fácil conciliar por ahora, educación con auténtica disciplina y respeto por la autoridad escolar.
De todas maneras y pese a los escollos, la promesa brilla en el aire cual estrella resplandeciente de la aurora: en un plazo no extenso, los jardines, escuelas y colegios del partido, tendrán en verdaderas condiciones a los estoicos calefactores. No será esto un milagro; sino más bien una obligación que se traslada a la praxis.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-