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Opinión

Se llamaba Juan

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Se llamaba Juan. Aunque bien pudo llamarse Jorge, Esteban o Raúl. Tenía por supuesto algún sobrenombre y había nacido hacía nada más que diecisiete años atrás. Vino a un hogar con dificultades y avatares muy complejos. Con más quejas que loas, con más pesares que logros por exhibir. Por Mario Delgado.

La infancia fue repartida entre callejear e ir a la escuela. En realidad, eran más comunes las ausencias a clase que las asistencias y el interés por aprender. La violencia y la falta de afecto, lo tocaron desde el vientre de su madre.

Se abrió camino el muchacho como pudo, a los tumbos y rodeándose de “amigotes”, que nunca faltan, y que estaban siempre ocupados y preocupados por ir en búsqueda del conflicto, de la riña con otros grupitos o pandillas de lejanos barrios.

Sin consejos ni libros a mano, optó por observar la forma de ser y actuar de algunos personajes que pasaron en su vida a suplantar al padre, quien no era ubicable cuando la situación lo requería. Faltaban las palabras dulces y los planes familiares. Vio y oyó tanta porquería en su entorno que se inmunizó, se acorazó su alma.

Mal alimentado, mal recibido incluso en varios sitios, se tuvo que apartar de sus congéneres y ubicarse en el redil de las ovejas negras, que no lo rechazaban ni discriminaban. Sin ser inculcado jamás en la cultura del trabajo, prefirió la “birra” compartida en la esquina y la rueda de compañeros que discutían con fervor sobre las propiedades “curativas” de cierta nueva “sustancia”, adquirida por “chirolas”.

Hay vecinos que hasta hoy aseguran que no era un mal pibe. “No tuvo contención”, afirma una señora de rodete. “Una auténtica lástima lo que pasó”, exclama otro señor, santiguándose. “Yo no sé para qué traen hijos al mundo si no los quieren”, tercia una abuela conocedora al parecer de los prolegómenos del asunto.

El comentario siempre estará presente, para redoblar la apuesta. Y estarán también los dogmáticos de salón que culparán a otros de lo que sucede acá nomás, en nuestras calles con casas cada día más enrejadas.

“La maldita droga que entra de afuera”, sostiene alguien de traje gris. “Nunca agarran a nadie de los ‘capos’”, se oye otra voz. Todos saben: los remiseros, los servidores de la ley, los políticos y, desde luego, los propios consumidores.

Juan nunca se enteró del significado de los términos: “proyectos”, “expectativas”, o “calidad de vida”. En cambio, comprendió con rapidez que su papel precario en el universo no iba a durar demasiado. Se quedó “sin pilas” prácticamente al mismo tiempo de inicia la carrera.

Y un ser humano sin esperanzas es un “zombie”, un barco fantasma sin timón, pasto verde en poder de las aves de rapiña, que acechan a sus víctimas y las engatusan con grácil facilidad, abriendo sutiles y malditos, las trampas carroñeras.

Consumía con asiduidad y vendía a la vez, retroalimentando el fatídico “negocio”. Escapaba así, por instantes, a una pesada cotidianeidad que lo agobiaba, pese a su corta edad. El peligro de la tentación lo absorbió y lo deglutió, dejándolo mal parado frente a los distribuidores. Pidió algo de plazo para cancelar la deuda. Le otorgaron unas cuarenta y ocho horas.

El caos ya se avecinaba, mordaz, inquieto. Llegaron ellos. Intentó excusas que no tocaron la piedad de los “jefes”. La plata no había sido reunida. Hubo miradas cómplices entre los acreedores. Hubo temor helado en Juan. Sonaron huecas las peticiones de mayor tiempo, las promesas de cumplir. La “confianza” se esfumó del lugar, un descampado sórdido.

El joven apareció “suicidado”, pendiendo de un grotesco árbol. Aunque había un detalle que no cuajaba, que estaba fuera de contexto: Juan tenía las manos atadas.

Por Mario Delgado.-

Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho