Opinión
Exteriorizar peticiones
Sospecho que en este año que empieza a despedirse, en nuestra comarca se ha dado un fenómeno que no debiéramos dejar en el olvido, cual si tal cosa. Ese mover de pies y corazones tuvo incidencia en una particularidad interesante: que las personas exterioricen sus peticiones.
Esta situación obviamente, mis amigos, no es nueva, pero me da la impresión que va adquiriendo una significación que merece un recuadro, una observación detenida y continua. Porque, si bien es perfectamente cierto, que marchas y protestas han existido con anterioridad, es digno de visualizar que, de a poco quizá, los olavarrienses van adueñándose de un derecho propio de la democracia.
Motivos, dado el marco impuesto por la variedad de cuestiones puntualizadas, no escasean. El dilema a resolver, el tabú, el cascarón a romper, es traspasar los límites del hogar, del trabajo o de la esfera tribunalicia y/o municipal y caminar con tranco firme por las arterias céntricas.
El pizarrón productor de estos eventos exhibe también otro rasgo peculiar: la heterogeneidad de individuos en cada marcha o movilización. Desde las altas esferas hasta aquellos vecinos más humildes. Desde los familiares de una víctima de tránsito hasta los enfervorizados vozarrones en contra de la violencia de género.
Para cada uno y para todos en su conjunto, Olavarría presenta vetas aún por descubrir. Mas el impulso de trascender las causas, los casos, y ponerlos a consideración de los medios comunicacionales y la sociedad en general, es ya un libro que se abrió y se está escribiendo con tinta que se halla en los tinteros del alma humana.
Almas que muchas veces han padecido ninguneos. O demoras insensibles. O burlas parasitarias por parte de congéneres que ostentaban una función de poder. El hartazgo de los pacientes bulle en el aire. Sólo hay que ponerse a mirar más allá de los símbolos cotidianos y sopesar lo que acaece en derredor.
Jóvenes y adultos, mujeres y niños, se concentran ahora en el “protestódromo” oficial que poseemos, el Paseo Jesús Mendía. O en cualquier calle barrial elegida como centro de reunión para pintar el cuadro de las cuitas. De los anhelos sin solución.
El viejo año que prepara sus valijas, trajo de todo, como en botica. Y esto hay que reconocerlo, insisto amigos y estudiarlo con sentimiento acorde a las circunstancias, sin fanatismos pero con pasión. Si no se coloca el espíritu por delante, se puede caer en la difamación fácil o en la negación absoluta de los pretendidos hilos conductores de los focos de peticiones.
Por supuesto que ese observador imparcial, no dejará de anotar los condimentos adquiridos en medio de los devenires de los protestantes. Porque han estado las pacíficas marchas, con banderas y cánticos alusivos, pero al mismo tiempo hemos contabilizado otras con gomas encendidas y el denso humo negro, llegando hasta las nubes.
Han escrito paredes y han coreado nombres de supuestos o confirmados sinvergüenzas. Se ha solicitado asfalto aquí y allá, con mayor o menor éxito en la respuesta. Se han urdido ingeniosas maneras incluso de hacer un poco más llamativas algunas marchas.
El combo estuvo signado con cortes de arterias y con coterráneos que, extrañados, se asoman a las puertas de sus negocios. Absortos ellos, en ocasiones acompañaron con palmas y en otras se inmunizaron ante el dolor ajeno. Claro que nadie está exento de sufrir una caída, en la larga o corta vida que nos obsequia el destino.
Por tal razón, la indiferencia no es buen caldo de cultivo. Sin embargo marcó a fuego a éste centro urbano por décadas. El “no te metás” o “algo habrá hecho” la víctima para merecer su suerte. O mala suerte. Tímidamente, se despierta de la modorra, se empieza a tomar consciencia con un vuelo distinto. El empuje de las nóveles generaciones, contrasta tal vez, con la “pachorra” o acostumbramiento de sus antecesores.
Los manifestantes suelen también agotarse. Ceder a la presión de una pena no oída. A lo mejor, arrancan con ímpetu proverbial, mas con el correr de las semanas amorfas, se aplacan y se deprimen, entrando en un carrusel de dudas y conjeturas que les desvirtúan los instantes prominentes de la génesis de su exposición pública.
Cuesta mantener la moral alta en sí mismo y en la tropa que acompaña. Los vientos huracanados derriban de cuajo en oportunidades, los más preciosos árboles que no alcanzan a florecer, consumidos por la sequedad y la torpeza de los impasibles sujetos que, en lugar de dar una contestación proclive, se encargan socarrones de cerrar las causas, archivando sueños de auténtica justicia.
Como criaturas ingresando en un desconocido laberinto, se mueven las entrañas populares. No se amilanarán de todos modos, la totalidad de los protestantes, aunque les contrapongan anteriores marchas irresueltas todavía. Podrá abandonar la senda uno pero otro se erguirá en su sitio. Pese a los años de ostracismo, Olavarría se quita el yugo del miedo a salir y que se sepa sin filtros, qué pasa.
El péndulo oscila. El tema es saber cómo protestar, sin avasallar, sin vulnerar derechos del semejante. Por lo demás, el abanico no se cerrará ni por casualidad.-
Por Mario Delgado.-
Opinión
Lo bueno de tener prioridades
Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.
Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar.
Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego.
A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa.
Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera.
Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas.
Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido.
El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría.
Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad.
Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?
Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora.
Por Mario Delgado.-
Opinión
Te acostumbrás
Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera.
“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo.
La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos.
Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto.
Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros.
No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.
En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino.
Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes.
Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales.
Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre.
Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás.
Por Mario Delgado.-