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Opinión

Los avisos que no se contemplan

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Viernes 6 de abril, por la madrugada. Calle Pelegrino entre Piedras y Tacuarí. Se desata una horripilante tragedia y tres personas inocentes mueren al amparo de la locura satánica de un sujeto que debía en tal caso, velar por ellas, cuidarlas y protegerlas.
Nos referimos a un episodio impactante. De contenido trágico y muy triste, cada vez que nos adentramos en los porqué de semejante odio inconcebible desde el punto de vista de seres civilizados.
Una casa que ardió en llamas en medio de explosiones y tres vidas humanas que se fueron al más allá, así como así, absurdamente. Verónica Ángeles Montenegro, 33 años y sus hijos Jazmín de 11 y Ezequiel Ríos de 8 años. El padre de familia, moriría luego de varias horas de agonía en el Hospital Municipal con gran parte de su anatomía quemada. Se trata de Edgardo Ríos de 48 años de edad.
La trastienda investigativa fue desglosando datos muy relevantes y a la vez, mis amigos, harto preocupantes: el dueño de casa afable, el papá ejemplar no existía; en su reemplazo, moraba allí un hombre sin culpas, un psicótico al sumo, que ejercía violencia y malos tratos a los suyos como una mera costumbre.
Y entonces no resultará extraño que a poco de acaecido el horror, ya hubiese vecinas que lo señalasen a Ríos como el despiadado autor material de la catástrofe hogareña.
Salieron del closet situaciones dramáticas que tenía que soportar a diario la familia. Y otra ocasión más, con el engaño envolviendo el marco sutil de las apariencias. Porque alguien bien podrá exclamar: “Eran excelentes vecinos”, o expresiones similares. No obstante, la procesión demoníaca, iba por dentro. Dentro de las cuatro paredes y en la intimidad de una vivienda que ya no era un plácido hogar, ni mucho menos.
El mecánico Edgardo Ríos, se las traía. Gatillaba un arma sin balas en la sien de su mujer, o de sus hijos para que comiesen aún sin ganas. Los obligaba a recoger la caza en el frío y el agua, en invierno, sin piedad ni miramientos benéficos. Un auténtico engendro este tipo.
Ahora las cosas están más claras. Habría ultimado a su gente y luego quiso deslindar pruebas, quemándolo todo. Y él mismo cayó presa del fuego. Y se fue del sitio a los tropezones, medio muerto ya. Sólo faltaba el instante del epílogo de su mísera vida. Si no hay otra hipótesis que prevalezca, si no aparece en escena alguien más, la causa irá a archivo. Una masacre, una historia luctuosa para las crónicas más funestas de la ciudad. Y la complicidad, habrá que estudiar hasta dónde, de un hermano del chacal muerto.
Dicho sea de paso, en toda esta vorágine de información anexa, surge también que la negatividad no venía de ahora: era una manifestación constante en esa familia derruida. Verónica tuvo que pasar por Salud Mental, como consecuencia directa de la vida que le otorgaba su pareja. Los niños fueron puestos a la guarda del Estado en un Hogar de Tránsito. Hubo denuncias por amenazas y tratos inadecuados. Hasta un familiar intervino como cuidador de los menores.
Pero las idas y vueltas de estos casos tan complejos, pero los alcances de los vericuetos leguleyos, hicieron que el Juez de Familia les restituyera los niños a los progenitores, en aras de una recomposición hogareña que jamás se dio en la praxis.
Y finalmente, amigos, se hizo la obscuridad. Muertes incomprensibles y culpas que se reparten. Ausencia peligrosa de un Estado que debió ponerse firme. Las lamentaciones actuales, no sirven, como poco valen los arrepentimientos. La cuestión es comprender que seguimos en deuda con las víctimas, que no son atendidas como es menester. Tal vez porque cada jornada, los casos se multiplican y entonces la Justicia está desbordada o harta. Sin perjuicio de ello, cada caso es un mundo en sí. Y cada minuto que transcurre, una eternidad.
Las pruebas del error en cuanto al tratamiento sobre esta familia, salpican la mente y por ende, la consciencia de efectores públicos que le creyeron más al hoy homicida que a las víctimas.
Por Mario Delgado.-

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Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho