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Opinión

¿Seguro que me das seguridad?

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Esteban mira hacia ambos lados del espejo de la realidad. Trata de ver lo tangible y se esfuerza un tanto más para advertir lo oculto. Sabe de antemano que la cara “inaccesible” de la luna, está ahí, es concreta, por más que no se la divise.

Se siente un poquito incómodo, eso sí, porque le parece que se juega un extraño ping pon con un tema extremo: la seguridad. O, mejor esbozado, la ausencia de ella.

Es consciente, como vecino olavarriense, que las cosas han mutado; ya no es la ciudad de otras épocas en determinados aspectos y no se tirará contra esa convicción.

Pero lo que lo sitúa sobre ascuas, a veces, es la calamidad imperante y la pérdida sucesiva de valores que fue desembocando en un enlodado “todo vale”, del cual es ahorita mismo, harto difícil zafar con espontaneidad de escapista.

Resultó dado vuelta el mundo y de golpe, ha venido siendo más “copado” visitar la vereda del delito, que atenerse a los mandamientos de Dios y de los hombres.

Se movió el cuadro en el living y perdimos pues, la verídica perspectiva. Para peor, los cuidadores del bosque, empezaron también a ceder a insanas tentaciones y, ante tal film, los actores huyeron a la buena de los dioses.

El edificio se caía y los habitantes con él. Y pocos notaron la inclinación y alzaron un vozarrón en el desierto que se fue acallando frente al mercado, con su oferta y demanda.

Se le dio mucho énfasis, cree Esteban, a la vorágine consumista y el diálogo familiar se evaporó, en aras del nuevo plasma de 52 pulgadas, que había que comprar para envidia del vecino.

Los “puesteros” de la droga, mientras tanto, ganaron terreno. Y fue más preciso y decoroso prohibir fumar en el Bingo que observar las zapatillas colgadas de los cables de luz.

Vinieron tiempos de rapiña y soledad. Promesas de campaña y de las otras. Pasaron Presidentes, Gobernadores, Intendentes y los temores se han engordado a base de aconteceres muy nítidos y complicados.

Esteban no quiere, por nada del cosmos, ser pesimista, tipo Arturo Schopenhauer; prefiere la sonrisa clavada en el rostro, aunque por dentro sufra. Sin embargo, no es un tipo ingenuo: y lo presiona el día a día.

El ocaso triste continuó. Con el agravante que hoy por hoy, son apenas “mocositos” los que se baten en duelos dignos del far west televisivo. Y no aman sus vidas frustradas, por lo tanto, les importa un bledo dañar a terceros.

Algunos dirigentes buscan abrir la mar, transitar por lo seco, divorciando al bien del mal. Pero otros les criticarán diciendo: “Es un reclamo político partidizado” y se alejarán del lugar del encuentro.

No falta tampoco el iluminado de turno. El inquisidor que encuentra las piezas destruidas y las toma en su diestra. Lanza dardos atrasado en el huso horario. Ya sabía nuestro amigo Esteban por dónde circulaba la apoteosis.

Y cunde una especial desesperación. Más móviles. Más servidores del orden. Más robos ocurren. Por supuesto, son más los que no se denuncian que los que sí. Los pandilleritos miran series yanquis y se mueren por imitar a los del Bronk.

Y se pelean por “merca” o por señalar su radio de “acción”. Una locura sin precedentes en una ciudad cada vez más amplia, con más familias jóvenes, la contracara de los hampones de opereta que tenemos.

Claro que Esteban, en su paneo concienzudo, se da la cabeza contra el durlock. Son relativamente mínimos los nombres de los “capos” aprehendidos. Caen normalmente en la trampera los “perejiles”, da la impresión. Las cárceles se atiborran de imberbes que idearon un dominio de delincuencia y “falopa”, que los lleva sin escalas a esa dirección fría. O a morder el pavimento con un balazo en la sien.

Esteban cierra la puerta de su vivienda, convencido que pronto, las cosas mejorarán. No obstante, a pocos metros, oye una andanada de tiros y gritos. Las posteriores corridas y un eterno volver a empezar.

Por Mario Delgado.-

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Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho