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Opinión

Estafa Ruiz: Pero si los cerdos no vuelan…

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A veces la lógica queda arrinconada, humillada en un rincón, sometida a extraños designios. Y entonces nos encontramos colisionando bien de frente, con sucesos inexplicables, rayanos casi en lo paranormal, si se quiere agregar leña al fuego encendido.

Es como un despertar de pronto a una complejísima realidad, donde los acontecimientos superan ampliamente a la ficción más inspiradora.

Los ejes centrales de estos cabos sueltos, deben de estar, no obstante, mis amigos, en la mente humana y en la reiteración de errores que vamos cometiendo a lo largo de distintas generaciones o etapas de la vida en comunidad.

Porque de no ser así, no se puede arribar al punto de partida de la tragicomedia que se nos sirve en bandeja hoy, la situación que ha conmocionado hasta al más impertérrito vecino.

Y los pensamientos de los sesudos echan humo por doquier. Y, en una rueda de amigos, ante la pantalla chica, en un puesto de diarios, en todo sitio olavarriense, la consulta del millón es idéntica: ¿Cómo es factible, señores, que un tal Ricardo Cristian Ruiz, o como corno se llame, llegue a la ciudad, con su mujer y seis hijos, y mueva toda una palanca de solidaridad, pero que absolutamente nadie, ni el propio Estado Municipal, ni ningún particular, se mostrasen interesados en averiguar orígenes del grupo de forasteros?

El tipo aparece de la nada, saca de la galera un cuento de hadas, y todos caemos rendidos a sus pies y, encima, aplaudimos la función.

¿No era que sabíamos de sobra que los cerdos no vuelan? Nos comimos el sapo, hablando de animales, hay que reconocerlo. Sin atenuantes.

Lo demás es fruto de la misma telaraña. Si ahora resulta que los nombres son falsos y, por supuesto, creer que mintió en la mayoría de su discurso, es lo más acertado. Con el diario del lunes en la diestra, es todo más fácil, claro.

Vieja cantinela varias veces observada esta de hacerse la víctima. ¿O acaso no han arribado personajes de tal calaña, en otros tiempos, también?

Conozco en lo personal, algunas anécdotas de individuos que se mandaban de una a templos evangélicos, por ejemplo, con el verso de que eran creyentes de tal o cual pueblo. Y luego el desengaño.

Y hemos tenido casos de gente a la que se mandó expresamente de vuelta a sus presumibles pagos, con el pasaje abonado y a otra cosa.

Sin embargo, no aprendemos la lección y, para colmo, cero investigación del pasado de estas almas viajeras y embusteras, para completar el currículum.

Después, “¿Qué importa del después?”, dirá el tango. Ya lo que traiga el cauce del agua, no tendría que alarmar. Mas la deshonestidad, una ocasión más, mató a la esperanza, a la fe, a la buena leche en el trato sincero con alguien que no es, lo que promulga.

“Que te consigo un tele barato”, que “Denme tanta plata”, que “Ya llega el camión”, son solamente frases que conjugan todo un contexto. Con personas que se contentaron en aceptar lo imposible, pues los cerdos siguen sin alas.

¿Por qué laburantes honestos, tipos con sueños, ceden a la tentación? Análisis sociológico de por medio, diríamos que tuvieron un lapsus de ingenuidad, habida cuenta del carisma y sutileza del impostor.

Pero hubo una pequeña dosis de ambición colándose. Cuando la limosna es grande, tendríamos que abrir los ojos.

Por eso hubo Carlés. O Araceli. O Laspina. O Curatola, salvando distancias con lo que nos convoca. La remake es un salvoconducto para la experiencia.

Aunque, mis lectores, ustedes, que son inteligentes, saben a la perfección que volveremos a tropezar con piedras de este tenor. Quizá sea que nos gusta, en determinados momentos, anexarle alas a los cerdos y deleitarnos en su vuelo… extremadamente corto.

Por Mario Delgado.-

 

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Opinión

Lo bueno de tener prioridades

Tener prioridades es realmente óptimo: sugiere, entre otras cosas, que el individuo o los gobiernos de los tres niveles, poseen un criterio juicioso, y cuentan, además, con un proyecto de vida de largo alcance.

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Marcar las cuestiones a realizar o resolver con premura, habla bien y nos habilita a creer que hay una contemplación completa de la realidad, y, en base a tal visión, se planea un estricto núcleo de objetivos a cumplimentar. 

Marchar por la senda sin rumbo, sin norte ni guía, es mala o necia, al menos, señal. Por tal motivo se interpela siempre a cada quien, contar con una agenda al alcance de la diestra. Y activar los hilos en consecuencia, desde luego. 

A propósito, este pequeño marco introductorio pretende depositarnos, mis amigos, en un ítem crucial para la concreción individual y colectiva como ciudadanos plenos. Y, conviene por cierto mencionar, la imposibilidad de seguir guitarreando en esta temática que ofreceremos, y desprenderla lo antes posible, de fanatismos partidistas. Me refiero en concreto a la Educación nuestra, en esta nación gloriosa. 

Se ha difundido hace horas atrás un informe contundente por parte de la señora Ministra de Educación de CABA que sentencia con supina espontaneidad, los vericuetos de la niñez y adolescencia que no transitan por un camino elogiable en materia de aprendizaje, llegando a terminar la Primaria o estar en Tercer Año de la Secundaria y no saber leer y escribir sin yerros y tampoco poder comprender y explicar con palabras propias, un texto cualquiera. 

Tamaña deficiencia se ata, en cierta manera, al tiempo de parálisis escolar impreso por la pandemia y la sucesión de cuarentenas. Podríamos asimilar tal contingencia en mayor o menor talante; sin embargo las deducciones del informe van más allá del proceso frontal del Covid 19 y sus medidas aleatorias. El problema a aceptar sin disimulos ni excusas mantiene firme la idea de que, en rigor de verdad, hay un drama previo, un dilema estructural que se agudizó con el virus chino, pero no es solamente esta reciente etapa dispar, entre la virtualidad y la ausencia en las aulas. 

Aún se agrega otro condimento no menor: se ha hecho un relevamiento entre una determinada cantidad de chicos, de entre 12 y 16 años, para averiguar si logran captar los subtítulos de las películas habladas en inglés u otro idioma, en cines o dispositivos hogareños. El análisis resulta desalentador, puesto que la gran mayoría, expresa no alcanzar a leer en tiempo real los zócalos correspondientes, no por interferencias en la visión, sino por no saber leer de corrido. 

El temido abandono del noble hábito de la cotidiana lectura, es una incómoda piedra puntiaguda en el calzado. Y no se notan visos de mejoría. 

Como daño colateral, por otra parte, del virus coronado, se ha comprobado que alrededor de 600.000 alumnos en el territorio nacional y 200.000 en la Provincia de Buenos Aires, no retornaron a sus establecimientos educativos al abrirse la famosa y tardía presencialidad. 

Un escándalo, sin objeciones de ninguna naturaleza. ¿Y ahora, quién carga con semejante cruz social? Porque, ¿alguien puede aseverarnos que tales pibas y pibes, volverán raudos a sus obligaciones escolares, al ser visitados por un docente o asistente social?

Una auténtica lástima que redobla la apuesta a constatar en qué sitio hemos colocado a la educación. Obvio, que ha descendido varios peldaños de cómo supo hallarse situada otrora. 

Por Mario Delgado.-  

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Opinión

Te acostumbrás 

Un amigo, un poco mayor que yo, me graficaba ayer que, en rigor de verdad, los argentinos nos vamos acomodando, nos adaptamos, con suma ductilidad, aunque refunfuñemos, a ciertas cuestiones demenciales que debieran sacarnos de quicio y movilizarnos de otra manera. 

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“Te acostumbrás”, me pontificó, despejando incluso con tal frase, cualquier sombra de duda que pudiera subsistir aún. No hay pena ni atropello que no se nos haya puesto de manifiesto, y, sin embargo, continuamos erguidos como sociedad y metidos cada quien en lo suyo. 

La escasa atención que le brindamos a los sucesos del entorno, tal vez tenga mucho que ver con las instancias personales de cada sujeto. Las ocupaciones son cada vez más en base a que el dinero rinde menos. 

Se naturaliza la opción del mayor esfuerzo y la gente dispuesta, sale en pos de ganarse el cada día más caro, pan vital. Una pequeña gran gragea, un botoncito de muestra que nos revuelve la panza, pero, reitero, no todavía como la contingencia requiere de un pueblo auténticamente agobiado y harto. 

Los niveles de corrupción piramidal se elevan a la enésima potencia, revolean bolsos con dinero mal habido en conventos o cuentan plata afanada en sendos videos virales, y todo gira sin más que algún comentario atrevido, desafiando a la ya incorporada manía de soportar y sobrellevar el drama, las culpas de otros. 

No se hace ni siquiera un necesario gasoducto y luego llegan los “verseros” de siempre, con excusas y mensajes altisonantes. Y los robadores de vacunas contra el Covid se pasean orondos, dando cátedras seguro, de cómo fomentar el buen turismo ahora que todo mundo acató órdenes salvadoras. Hipócritas impíos, exonerados por el poder, como un tal Firmenich o un viscoso Verbitsky. Falsedades convertidas en relatos presumiblemente verídicos, para entretener a la platea boquiabierta, que no despierta.

En tal contexto de locura y terror, no escasean los heridores del campo, los que nada saben del trabajo aguerrido de los productores chicos o medianos, y demonizan al sector, olvidando que de ahí emana el 65 % de lo que consume el argentino. 

Y nos quedaría chico el espacio para ir citando con mayúsculas, si lo desean, los yerros y las tropelías de los poderosos que se apoltronan en sus sillones, bebiendo en copas de oro, el sudor de los humildes. 

Ya probaron el sabor de dominar a una población encerrada y muerta de miedo e incertidumbre y van a ir por más perversidades. Porque no les importa subsanar las necesidades básicas, ni mejorar la calidad de vida del ser humano; sólo ansían llenar sus propias arcas, permanecer y ampliar la red de mantenidos por el Estado, que son los votantes cautivos, los temerosos que no se irán del redil por no perder sus planes sociales. 

Mientras la inflación consume las billeteras y separa a familias enteras, ahorcadas y sin solución, al tiempo que la inseguridad y la droga incrementa su paso fuerte y mortal, se encienden los doble discursos, las linternitas de los jetones de ocasión, charlatanes de bar, sin programas efectivos para mutar tanta mugre. 

Te acostumbrás, es cierto y penoso, a convivir con la putrefacción y contemplar sin esperanzas el panorama difuso del país que amás. 

Por Mario Delgado.-   

  

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 Farmacias de turno en Olavarría Facultad de Derecho